La isla de paz quedó en la historia o la leyenda. Es quizá una quimera, un sueño del pasado cuyo retorno no parece posible recuperar.
Luego de la catarsis que supuso la comparecencia de altos cargos y la revelación de imputaciones mutuas el país quedó exhausto y la credibilidad de buena parte de la clase que gobernó, por las patas de los caballos.
La vergüenza que un sector de la clase política le causa al país es honda, la herida que sus diálogos y comadreos ha inferido, tardará en curar. Acaso esta misma tarde la Asamblea Nacional haya resuelto el episodio, sería deseable, la dignidad lastimada lo demanda. Si operan votos, acuerdos parlamentarios o las explicaciones abundan o hasta encuentras justificativos ya poco importa. El perjuicio está causado.
Las elecciones de este año en Colombia suponen un momento sui géneris de una conflictiva política atravesada por los ejes de la violencia persistente en las bandas criminales y disidentes guerrilleros de los acuerdos de paz de las FARC o grupos que pese a mostrar la cara - ¿un simulacro, acaso? - de dialogantes siguen matando gente como el ELN.
Nada más importante en democracia que la participación ciudadana. Nada más extraño a la idea original que el parto de Montecristi.
2018 es un año político para varios países de la región. En marzo asume Sebastián Piñera en Chile. El gobernante de derecha vuelve al poder tras un saludable paréntesis igual que sucedió con la socialista Michelle Bachelet. Chile sufrió y aprendió del dolor de la dictadura y sabe vivir una democracia madura, con alternabilidad aunque con problemas.
Más allá del resultado del domingo, el lunes será el primer día de una realidad política distinta a la de este primer tiempo del Gobierno de Lenín Moreno.
El primer año de Donald Trump en el gobierno fue como su atribulada, atropellada y exitosa actividad empresarial, siempre motivo de noticia y críticas fuertes.
Como un lema que refundaba la patria se agitó la Constitución garantista. Casi diez años después sus efectos han sido nefastos.
Hace un año apenas pocos hubiésemos imaginado el cariz del vértigo de los acontecimientos que hoy rodean a la vida nacional.
El sorpresivo encuentro del exmandatario y su excanciller – también asesor de Lenín por corto tiempo – en Panamá tuvo varios propósitos. Salvo agenda oculta, de lo que se sabe el expresidente habló de encuentros ‘bilaterales’ (absurdo, ¿de parte de quién?) con algún presidente y luego se conoció de la denuncia ante la Organización de Estados Americanos (OEA).
El ruido del escándalo de corrupción más difundido, y letal para la casta política en el continente ahora llega de cerca al Presidente del Perú.
Sergio Ramírez Mercado es el primer nicaragüense y también el primer centroamericano que recibe el Premio Miguel de Cervantes, el más alto galardón de las letras de habla hispana.
‘Raúl Clemente Huerta, el hombre popular’, todavía revive desde la vieja memoria musical el jingle de su última campaña política de los años 70.
Varios países del continente atravesaron recientemente o están en proceso de elecciones.
En días recientes el expresidente de la República, Osvaldo Hurtado Larrea, presentó su más reciente libro: Ecuador entre dos siglos.
Desesperante. Parece que toda la política del Ecuador pasa por Alianza País. La oposición mira perpleja. El país, bien gracias.
La larga visita del presidente de Estados Unidos, Donald Trump por varios países de Asia tuvo una constante: Corea del Norte.
El pulso político que vive el país es sui géneris. A tal punto que un mismo movimiento es, a la vez, Gobierno y oposición.
En una mañana fría de Pamplona, en 1996 (donde casi todas las mañanas, las tardes y las noches eran frías) escuché un programa radial. Se trataba de las tertulias de Radio Nacional con la inteligente, ocurrida e ilustrada participación como tertuliano de Luis Carandell. Él, un curtido periodista de oficio que incursionó con versatilidad en radio, prensa y televisión, había paseado por el mundo como corresponsal en Israel, Japón, Egipto o la Unión Soviética, entre otros destinos, y escribió en diarios de la fama de El País, hasta el día de su muerte, y varios diarios catalanes. (A propósito, me gustaría saber como Carandell escribiría el epitafio político de algún dirigente de su tierra, Barcelona, tras la declaración de independencia, su destitución y su viaje a Bélgica, que acoge a más de un insepulto.