La vergüenza que un sector de la clase política le causa al país es honda, la herida que sus diálogos y comadreos ha inferido, tardará en curar.
Acaso esta misma tarde la Asamblea Nacional haya resuelto el episodio, sería deseable, la dignidad lastimada lo demanda. Si operan votos, acuerdos parlamentarios o las explicaciones abundan o hasta encuentras justificativos ya poco importa. El perjuicio está causado.
Si la salida es el paso al costado, la ausencia temporal hasta aclarar el entuerto, o, lo peor, el empecinamiento en aferrarse allá donde la presencia no hace sino desgastar aun más a las instituciones estrujadas, será un tema de procedimiento, o peor, de más tiempo, pero el país no aguanta más.
Tampoco la economía aguanta más. Una economía que entra en deflación, donde la recesión o contracción se sienten, son evidentes y donde la factura, como siempre, la pagan los más pobres en el desempleo o el eufemismo del empleo inadecuado – cuando se quiere ocultar el decir a las cosas por su nombre – merece una atmósfera de sosiego que llegue desde la actividad política para pensar con serenidad pero sin rémora en un plan económico urgente. Un plan con hondo contenido social, sí, pero dejando atrás la ficción que construyeron desde el relato de la fábula del jaguar, con más imaginación y propaganda que bases reales, y, eso sí, con millones de dólares en época de abundancia y deudas contraídas con altas tasas de interés, para seguir alimentando la leyenda y vaciar lo estamentos del crecimiento económico que no son otros que la generación de riqueza, la inversión y la creación de fuentes de trabajo.
Por eso es que no se entienden las señales confusas en torno a las autoridades económicas y su relevo, más cercanas a la híper valoración del Estado y a las acciones, como el no pago de la deuda, que ahora tornan fangoso el camino a recorrer para plantear, por ejemplo, un acuerdo con organismos internacionales, la búsqueda de un nuevo perfil de la deuda que permita cambiar las obligaciones con tasas nuevas, asequibles y plazos largos. No, la señal no fue la adecuada y la reacción de los mercados, que no piensan ni son contemplativos, ya pasó factura; costará trabajo crear confianza.
Y mientras la política está como está y la economía no promete, al menos, hay que re conocerlo, la instalación del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social transitorio supone una luz de esperanza.
Los más, son gente de reconocido prestigio, empezando por el abogado y político de fecunda trayectoria y principios intachables que es Julio César Trujillo. Hay otros ecuatorianos que empiezan con entusiasmo y que han dado muestras de espíritu cívico y en ellos hay que confiar, sin perder, desde la opinión pública -en un verdadero ejercicio de participación ciudadana- la tarea de observar, para que la ilusión del cambio o la concentración de poder perversamente programada de todos estos años no vuelva jamás. La sociedad mira atenta. La patria vigila.