Desarrollar el olfato es una destreza indispensable para cualquiera que pretenda sobrevivir en el sector público; basta aventurarse entre la maraña burocrática, trajinar en oficina públicas o involucrarse en procedimientos administrativos, para ser capaz de distinguir, en medio de aromas de todo tipo, el inconfundible olor a podrido.
Lo acabo de ver a propósito de un caso que no estaba entre mis preocupaciones y que me llegó por obra del azar. Fue suficiente leer de pasada una nota periodística, y luego recordarla al encontrar otra noticia más detallada y oír algunas declaraciones, para que el olfato me diga que eso apestaba. Ya interesado y revisando el tema, solo he conseguido que el aroma se profundice.
El próximo 31 de diciembre, concluye el plazo de vigencia del contrato para la exploración y explotación de petróleo en los bloques 16 y 67, adjudicados, previa licitación, en 1986, y ubicados en una zona particularmente sensible: el parque Yasuní y el territorio huaorani (así, con h, porque estoy escribiendo en castellano).
Desde el año 2000, la titular de los derechos contractuales fue Repsol pero, curiosamente, faltando poco para que termine el plazo contractual, esos derechos fueron transferidos a Petrolia, una filial de la canadiense New Stratus Energy, compañía cuya página web informa que trabaja en Colombia y Ecuador y que, sin duda, no es comparable a quien le antecedió, Repsol, con operaciones en 25 países en todo el mundo. La primera pregunta que deberían responder los responsables tiene que ver, precisamente, con la razón por la que se autorizó que un gigante como Repsol sea reemplazado por este pigmeo, al que muchos no dudan en calificar como fantasma.
Pero hay otras interrogantes: ¿Los bloques revertirán al Estado, como corresponde al terminar el contrato? ¿Es cierto que se pretende extender el plazo, esto es, entregar los bloques, a dedo, a Petrolia? ¿Será que este olor a podrido no va a ser erradicado, porque hay muchos que viven de la porquería?