Con esta pregunta inicia Esculapio, el dios griego de la Medicina, sus consejos, transcribo:
“Los pobres, acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en casos de urgencia; pero los ricos te tratarán como esclavo encargado de remediar sus excesos; sea porque tengan una indigestión, sea porque estén acatarrados; harán que te despierten a toda prisa tan pronto como sientan la menor inquietud, pues estiman en muchísimo su persona”.
“No cuentes con agradecimiento; cuando el enfermo sana, la curación es debida a su robustez; si muere, tú eres el que lo ha matado. Mientras está en peligro te trata como un dios, te suplica, te promete, te colma de halagos; no bien está en convalecencia, ya le estorbas, y cuando se trata de pagar los cuidados que le has prodigado, se enfada y te denigra”.
“Si te juzgas bien pagado con la dicha de una madre, con una cara que te sonríe porque ya no padece, o con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte; si ansías conocer al hombre, penetrar todo lo trágico de su destino, ¡hazte médico, hijo!”
La vigencia de estos antiquísimos pensamientos por la ética y el ejercicio filosófico y práctico de la medicina de Hipócrates y Galeno, constituyen preceptos de incontrastable realidad actual.
Los medios han difundido la ligereza con que se tipificó la labor de los médicos ecuatorianos. Se los denominó “matasanos” por haber efectuado una intervención traumatológica y cobrado por ella. En una comparación nada afortunada se destacó públicamente la excelsitud de médicos de un país hermano en detrimento de los de nuestra patria y cuando la evolución del tratamiento no tuvo el éxito esperado, fue indispensable la intervención de especialistas nacionales para solucionar la compleja lesión. En consecuencia esperamos el justo reconocimiento al brillante trabajo efectuado por médicos, enfermeras y auxiliares ecuatorianos, con igual énfasis del empleado previamente para desacreditarlos.
La gratitud, una sonrisa o una bendición constituyen la mejor recompensa para un médico. Ellas retribuyen cientos de horas arrebatadas al sueño e intercambiadas con constante estudio, incontables fines de semana. Más que injusto contemplar a muchos experimentados, capaces y sabios profesionales, que han brindado su vida al hospital, taciturnos y ensimismados por haber sido abruptamente suspendidos de su trabajo, sin recibir ningún halago o reconocimiento.
La Medicina es esfuerzo permanente, con su accionar prestigia a gobernantes y alivia a los dolientes. Es una actividad humanitaria y como tal debe ser destacada y valorada. Evoco la pregunta de Esculapio, ¿quieres ser médico, hijo mío?