Conversatorio de cuatro intelectuales con gran categoría. Realzó el evento la hábil conducción del moderador, que imprimió autoridad, sin ínfulas de “vaca sagrada” con las que nos atestan ciertos ‘líderes de opinión'”, cuyo excedido ego y melindroso talante delatan su velada preferencia hacia uno de los bandos.
El asunto central fue examinar, de manera rigurosamente objetiva -y solo positiva-, a dos personajes históricos, trascendentales para la nación: Gabriel García Moreno y Eloy Alfaro Delgado. Se debía destacar lo mejor de cada uno y en qué contribuyeron al engrandecimiento del país. Un asunto de colofón, y ese sí, con autorizada subjetividad -pero con exigido respeto-, fue dilucidar con cuál de los dos tiene más coincidencias nuestro presidente Rafael Correa.
Las intervenciones fueron edificantes, se honró el guión con altura y delicadeza pues hemos sido testigos, en lides alfaristas contra garcianos, de juicios recalcitrantes y temerarios. En esta ocasión, con ecuanimidad y exclusión de ardores, se tejieron conclusiones. Se concertó que durante los últimos años se ha resaltado pomposamente a Alfaro, soslayando a García Moreno, de forma injusta, como si se pretendiera ocultar sus múltiples aportes en obra pública, educación, cultura, arte, tecnología, política, ciencia y otros; quizá, esa exclusión se deba a lo que citó alguno de los contertulios: “a García Moreno se lo ama con delirio y se lo odia hasta el paroxismo”.
Se revisaron datos biográficos de ambos, sus personalidades, los sendos caminos de arribo al poder y obras ejecutadas. El uno perteneció a un grupo que rechaza todo dogma, que subsidió su manutención, tras haber perdido la riqueza que amasó con su habilidad para los negocios; el otro fue un católico practicante. El uno, casi autodidacta, con la única instrucción recibida de un profesor que le ilustró en lo básico; el otro, universitario, profesional, doctor en jurisprudencia, complementó su formación en Europa, en matemática, química, física y apologética; fue vulcanólogo y andinista, dotado de una nítida trayectoria política.
El uno nunca ganó una elección, su poder fue ejercido a través de golpes de Estado y por la fuerza de las armas; el otro, cuando fue asesinado, iba -con certeza- al tercero de sus mandatos, los dos anteriores obtenidos también de forma democrática y con el poder que otorgan los votos. Ambos, de personalidad irascible, con voluntad enérgica, firmes, vehementes y autoritarios.
Al margen de a quién de los dos se parece más -para escozor de unos y contento de otros- Correa pasará a la historia. En más de seis décadas no habíamos visto obras, en todo ámbito, de tanta magnitud y trascendencia, ¿por qué no reconocerlo? Sindéresis es admitir la labor de los tres, cada uno en su contexto, en su época, en su historia.