Una calle del Quito de mediados del XIX en la visión del pintor francés Ernest Charton. Foto: es.123rf.com
Los archivos eclesiásticos guardan testimonios aún no publicados como el del cura de Simiátug, Estanislao Jaramillo, quien abogaba por los pobres y fue apresado en junio de 1813.
Mucho se ha escrito sobre el 10 de Agosto de 1809 y las causas de la independencia; pero poco sobre la participación de los barrios quiteños y del clero bajo, es decir de los sacerdotes y religiosos que “apenas podían sobrevivir con una pobre pitanza en el caso de los religiosos conventuales y de parroquias alejadas en las que el cura secular vivía en condiciones precarias debido a su estrechez y pobreza”.
“Mientras que los prelados y superiores de órdenes religiosos gozaban de todo lujo y privilegio, primero por su condición de chapetones o hijos de criollos adinerados, los simples frailes y sacerdotes que provenían de familias pobres buscando alguna oportunidad para mejorar su condición social y económica, eran menospreciados por su origen y procedencia, no teniendo posibilidad alguna de lograr cargo alguno en la jerarquía religiosa” (Vicente Fuenmayor, El clero americano revolucionario, Madrid, Imprenta de L. San Lucas, 1903, p. 198).
La ausencia de análisis más detenidos sobre diferentes aspectos del clero colonial impide tener una visión más ajustada a la realidad (Jorge Moreno, Del púlpito al Congreso, 2012, p. 25). Urgen estudios para comprender la verdadera dimensión del movimiento independentista, por cuanto los actores no fueron solo criollos sino también gente del pueblo llano, cuyos nombres figuran en la mayoría de publicaciones sin mayores comentarios.
Los archivos eclesiásticos, sobre todo de Quito, guardan numerosos testimonios aún no publicados y que bien pudieran dar mayores luces para comprender el estado social y religioso de comienzos del siglo XIX. Basta leer las numerosas quejas que hacían los curas de lugares alejados pidiendo cambios de parroquias, sobre todo por problemas de subsistencia y de salud.
Estos reclamos tenían relación con la impuntualidad de la Real Hacienda en el pago de beneficios a los que tenían derecho los eclesiásticos. También, las comunidades religiosas y el clero secular se veían obligados a entregar contribuciones impuestas por los monarcas para mantener las numerosas guerras que tenía España con vecinos como Francia e Inglaterra. Esos aportes eran recogidos de forma imperativa por autoridades que no poseían la calidad moral para garantizar que esos dineros vayan en su totalidad a su destino, por lo cual muchos curas se sublevaron, primero contra la autoridad eclesial que exigía los pagos, y luego contra los recaudadores que no escatimaban recursos ilícitos o forzosos para “servir a Dios y al Rey”.
Hay una carta que puede sintetizar en mucho el estado en que se desenvolvía la Iglesia rural en la Audiencia de Quito, siendo la única que conocía a fondo la realidad social, cultural, económica, incluso política de sus parroquianos. Sufría con ellos por cuanto compartía sus angustias y necesidades, privaciones y abusos por parte de jueces y autoridades reales, quienes en su mayoría compraban los títulos y cargos por lo que buscaban recuperar su “inversión” aplicando las más inverosímiles maniobras y gestiones para lograr sus fines.
Tiene fecha en 12 de enero de 1805 y se halla firmada por Estanislao Jaramillo, cura de Simiátug, quien más tarde figura en la lista de “Presbíteros insurgentes seductores”, dirigido a José Manuel Manosalvas, cura de Yaruquí, quien también figurará más tarde como “peligroso y seductor” (A. Tapia, La Iglesia y su participación en la independencia ecuatoriana, Loja, UTPL, 2012, p. 177).
“A.V.P. (A vuestra paternidad) digo que habiendo sido designado cura de este pueblo de Simiátug hace más de diez años, no he tenido la remota posibilidad de ser cambiado de lugar por cuanto no puedo pagar los cinco mil pesos que me pide el Ordinario y el Juez Doctrinero, ya que en este pueblo de mil almas apenas puedo subsistir no sin antes aplicar a los pobres indios contribuciones, fiestas y mil ritos que tanto daño hacen a estos ingenuos poblanos y a lo cual siempre me opuse y reclamé cientos de veces, pero nunca me atendieron, recibiendo siempre advertencias de que soy rebelde y mal cura (…) No me cansaré de protestar contra la vergüenza impuesta por este sistema perverso, con la esperanza de que algún día la Justicia Divina escuchará el lamento de esta pobre gente.
No es malo el Rey, sino sus indignos representantes que a fuer de emisarios de ley hacen de estas tierras y sus gentes un imperio de robo y maldad, llenando sus bolsillos a costa de lágrimas y dolores de los súbditos que clamamos justicia ante tanto abuso (…) No me apena decir a V.P. que he conversado con muchos curas de los que nos llamamos “pobres” para alzar nuestra voz y pedir se nos escuche, aunque ello es imposible porque nos calla la sanción, la persecución, el odio y la maldad de tantos y cuantos perversos (…) Día llegará en que el pueblo se alce contra la tiranía de los chapetones.
Día llegará en que el dolor será cambiado por la libertad que como grito de volcán inundará esta generosa tierra. V.P. me dará la razón cuando sé que comparte mis ideas que he mandado a circular entre cincuenta curas de nuestra región; incluso he redactado un manifiesto para que pueda ser leído por gentes dignas y que provienen de la Universidad como el Dr. Domingo Aispuru, Maestro de Letras y gran defensor de la justicia, que también es fiel defensor de la causa de emancipación, palabra fuerte para hoy, pero hermosa y esperanzadora para mañana.
“Si esta carta llega a manos de las autoridades, VP será bien servido en otorgarme sus bendiciones y absolución de mis numerosos pecados, porque si pecado es luchar por los pobres como dicen los prelados, serán los pobres quienes rueguen al cielo por mi alma y alcanzar la gracia del Siempre Justo. Si hallan esta carta, repito, me considero hombre muerto por defender lo que creo cierto, por lo que le ruego sea prudente y la haga circular de manera discreta. Sueño con que este pueblo sea libre, sueño con que se acaben los chapetones y sus ruines maldades; sueño con que un día podamos nosotros gobernarnos como hijos de Dios, pero del Dios generoso y no del represivo como quieren hacernos creer los falsos profetas enquistados en los altos sitiales de la Iglesia.
“Los curas de pueblo somos los que conocemos lo que es la injusticia y la miseria, lo que es el hambre y el abandono, lo que es padecer la indiferencia de los prelados y ordinarios, de esos malos pastores que les interesa el poder y la gloria y nada saben de lo que es resistir junto a nuestro pobre rebaño.
“¡Luchemos por la libertad! Luchemos porque un día esto cambie! Luchemos por nuestra redención como dignos hijos de Dios!
“E. Jaramillo cura que b.s.m.c.y.m.e.a.s.o. (Besa su mano consagrada y me encomiendo a sus oraciones. Nuestro). (Archivo de la Curia Diocesana de Quito. Cartas y Varios, paquete No. 3, años 1802-1809. Las hojas no están numeradas)
El cura Jaramillo fueapresado el 18 de junio de 1813 y “destinado en calidad de detenido a una recolección en las Islas Filipinas. A este reo criminal no se le debe dar ninguna consideración por su perversa condición de revoltoso en contra S.M. el Rey y de levantar los ánimos del pueblo contra las leyes y sus magistrados. Merece grillos y cadenas y todo cuanto tormento se le puede ocasionar para que todos conozcan que S.M. es el único capaz de mandar y gobernar estos reynos…” (ANH-P. Serie Milicias 1813, Caja 28, Vol 1)
*Doctor en Historia. Numerario de la Academia Ecuatoriana de Historia Eclesiástica.