El ambiente distendido es parte de la gracia de esta cervecería, donde hay juegos de mesa para los comensales, que son sobre todo gringos.. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO.
Bandido Brewing es lo más parecido a una isla que se puede encontrar en Quito. Una isla dedicada a las cervezas y a las pizzas artesanales. Y como toda experiencia insular, plantea escenarios nuevos y austeros.
Su cualidad de ínsula se levanta primero sobre su ubicación: Bandido Brewing está en La Marín (seguramente contra toda recomendación mercadotécnica en el ramo). Es un lunar alegre en una zona históricamente asociada al ‘lado B’ de la ciudad, propicia para fondas, cantinas, terminales de buses y personajes fantasmagóricos.
Desde afuera, Bandido ya se distingue, por la buena iluminación de su puerta y porque tiene un señor que cuida los autos de los clientes autóctonos que han empezado a llegar y, obviamente, como buenos quiteños van en sus autos.
Y es que lo que hace a Bandido más isla que nada es que se trata de un bar de y para gringos. Pero su fama ha empezado a regarse entre los locales. En todo caso, lugareños y foráneos van porque la cerveza artesanal es estupenda y variada; a los dueños les gusta experimentar.
Además de las especialidades de la casa: Hop Rey Ipa (una india pale ale al estilo estadounidense) y la Gua.Pa (igual
pale ale, pero con hoja de guayusa), no es raro encontrarse con una aromática cerveza de jengibre y miel, la Honey Ginger Saison; o con una Río Negro Stout, bien acuerpada, con un sólido sabor a malta.
La experimentación también se pasea por la cocina y fue así como nació lo impensable: pizza con papa, la Guapa-Papa. Y hay cuatro opciones más de pizza y humus con pickles.
La carta ofrece, además, dos paninis (para vegetarianos y carnívoros). Y nada más. Corta y contundente; otra rareza, en una escena culinaria tan dada a la complicación y rimbombancia. Pero Bandido Brewing no es eso, es una isla regida por la ley del menos es más.