Son 90 minutos de escape. Cuando la Selección ecuatoriana toca el balón, el país abre un paréntesis que deja por fuera los hondos problemas sociales que marcan la cancha en naciones latinoamericanas como la nuestra: corrupción, violencia, inseguridad, desempleo…
Con el pitazo inicial corre una especie de anestesia grupal, que sube su dosis si se trata del Mundial. Su efecto es más potente con los resultados favorables que acumula la Tricolor en Qatar y se refleja en el comportamiento colectivo.
“El desempeño de la Selección nos hace sentir orgullosos, felices, emocionados, con deseos de cumplir muchos retos personales o como sociedad -asegura el psiquiatra Juan Ayala-; y eso es positivo desde el punto de vista de salud mental, porque hemos sido golpeados desde la pandemia”.
Un aspecto positivo
Para Ayala, presidente de la Sociedad Ecuatoriana de Psiquiatría, el fútbol genera una liberación que cambia el enfoque. Ver los pases y los ataques al arco también unen, relajan y permiten una mejor oxigenación cerebral.
El viernes 25 de noviembre de 2022, en el encuentro ante Países Bajos, grupos de desconocidos se aglutinaron frente a pantallas en las aceras, en las salas de hospitales, en barrios y los niños celebraron el empate.
Esa cohesión afianza la identidad. Sergio Paz, coordinador de Psicología del Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, dice que si los resultados son buenos, repercuten positivamente en el autoconcepto de los ecuatorianos.
“Es una excelente distracción que acarrea emociones positivas. Eso permite que, a nivel psicológico, mejore nuestra capacidad para solucionar problemas”.
Un fenómeno social
Ecuador es una sola nación cuando sus jugadores saltan a la cancha. Es así desde 2002, cuando se clasificó por primera vez a un Mundial. El sociólogo Carlos Tutivén, docente investigador de la Universidad Casa Grande, dice que el fútbol tiene la ‘virtud’ de cohesionarnos, pese a que por décadas el país ha vivido ciertas divisiones: de tipo regional, ideológicas, de clases, géneros o por razas.
Además, hay una fuerte raíz antropológica. El sociólogo reconoce que los países futboleros aplican este deporte como práctica de socialización infantil y juvenil. “La gente aprende a trabajar en equipo pateando la pelota”.
Pero como bálsamo, el efecto del Mundial es temporal. Tutivén lo define como “unas vacaciones de la vida diaria”, un lapso en el que también se corre el riesgo de bajar la vigilancia y la presión social frente a temas políticos.
Las muertes violentas, las falencias en el sistema de salud, los casos de corrupción, la crisis de inseguridad… “Estamos viviendo un oasis en medio del desierto de la vida”, dice el sicólogo Paz.
Efecto socioemocional
Guayaquil y Esmeraldas son dos de las ciudades más futboleras del país y en los últimos meses se convirtieron en las más asediadas por la violencia, a causa de la guerra de bandas narcodelictivas.
El impacto en la salud mental de sus habitantes se refleja en las atenciones que registra el Ministerio de Salud. Los trastornos relacionados al estrés superan todos los reportes desde 2018; Esmeraldas pasó de 259 a 628 consultas por esta causa, en lo que va del año.
Si bien el fútbol marca un paréntesis, Paz cree que su dinámica puede servir como punto de partida para entrenar a las comunidades en el desarrollo de habilidades socioemocionales, con un enfoque especial entre los niños y los adolescentes.
Algunas de ellas se ajustan bien a la práctica deportiva, como la de regulación emocional, la tolerancia al malestar, la efectividad interpersonal, la solución de problemas y la tolerancia a la frustración -por ejemplo, cuando el marcador no es del todo favorable-. “Esto marcaría, definitivamente, un antes y un después significativo en la vida del país”.
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