De pertenecer a la Asamblea Legislativa, es lo que deben sentir los pocos legisladores que superan la mediocridad moral e intelectual de la mayoría de sus colegas. La bajísima credibilidad de la Legislatura, se debe a la ruindad de sus actuaciones: Tienen como única meta destituir al presidente de la República para salvar de la cárcel al prófugo que dispone del mayor bloque de diputados; han demostrado incapacidad supina para emitir las leyes que requiere urgentemente el país; han incumplido la obligación de codificar las existentes; dedican su tiempo a discursos paupérrimos; a emitir resoluciones en apoyo de dictaduras de más de medio siglo; a crear comisiones ad-hoc sobre temas que no les competen; dificultan las actuaciones de la comisión de Fiscalización y sancionan desvergonzadamente a su presidente, pues tienen terror de que se destapen los negociados y chanchullos de los 10 años. En suma, lo mejor sería desaparecerla, si ello fuese posible según la trastornada Constitución de Montecristi.
Y la actuación del presidente de la Asamblea es aún peor. Obnubilado con la promesa de la jefatura de Estado si destituyen a Lasso y a Borrero, ha demostrado, con un cinismo sin límite, facilidad para recurrir a leguleyadas y manejos torcidos.
Pretendió adulterar la votación para obtener los mágicos 92 votos, se ha reunido subrepticiamente con el presidente de la Corte Nacional y algún diputado complotado, y ha boicoteado la comparecencia de Capaya a la comisión de Fiscalización, alfil de la corrupción petrolera ha costado al país cinco mil millones de dólares.
Al no haber las elecciones de legisladores de medio término, que permitiría desprenderse de incapaces, corruptos y venales, solo queda esperar las elecciones generales de 2025, en las que el ciudadano debe ejercer responsablemente su voto para elegir diputados honestos y capaces y no cantantes, arribistas y mediocres.