Eduardo Galeano escribió un libro interesante: “Patas arriba: la escuela del mundo al revés”. Si se toma en forma literal esta portada, asumiríamos que la humanidad camina en contravía y, en ocasiones, de espaldas al bien.
Esta introducción es valedera cuando pensamos que algo complejo está sucediendo en las religiones del mundo. Sus liderazgos, sus voces y sus palabras ya no tienen el impacto de antes, curiosamente, cuando el mundo sobrevive la revolución de las comunicaciones.
En una ceremonia religiosa virtual, el cura expresó: “No se vayan a molestar. Deseo compartir una reflexión dura pero triste: Cristo no se cansa de nacer, predicar su palabra, morir en la forma más horripilante, la cruz, y resucitar al tercer día… Jesús nos enseñó a amar a nuestros semejantes, y hacemos todo lo contrario. La violencia y el miedo -más el pecado social, la injusticia- se han apoderado de las ciudades y pueblos; el mal deambula por todas partes. Y Cristo nos ofrece la salvación gratuita, la posibilidad de servir con las bienaventuranzas. ¡Pero el egoísmo es el que gobierna el mundo!”
Y continuó: “¿Qué significa la resurrección? Pese a esta bendición, nosotros, los católicos -bautizados, confesados y sacramentados- no nos cansamos de pecar. Y seguimos pecando. ¿Cómo es posible que esto suceda? ¿Es que el mal está entronizado no solo en la sociedad, sino en nuestras vidas, en nuestros corazones? ¿Somos creyentes de papel? Recitamos, oramos, predicamos. ¿Por qué no practicamos la fe que decimos profesar? Y si les digo que la mayoría de los líderes que nos gobiernan son católicos, ¿qué pensarían?”
Esta patética declaración provocó aplausos, y fue motivo de comentarios y nuevas preguntas. Alguien dijo, con razón, que una nueva evangelización es urgente; que las estructuras humanas están matando a las iglesias; el clericalismo a la misión; los rituales a la comunidad; la limosna al verdadero amor. El Papa Francisco ha dicho en una homilía que “la iglesia no es una ONG y los sacerdotes no son funcionarios”.
Y digo yo, con respeto: ¡La iglesia yace envejecida! Es hora que la iglesia dé paso a un Evangelio militante, comprometido, que escuche a las generaciones actuales, los laicos, e insista en responder con lenguajes contemporáneos a los problemas reales, con una teología más horizontal -de salida, en la práctica- y pastorales urbanas y rurales articuladas por el kerigma (el anuncio de Jesucristo, con invitación a la conversión), sumadas a estrategias mediáticas que ofrezcan nuevos caminos a la cristiandad ante un mundo asolado por las incertidumbres. ¿Nueva evangelización?