Cada día es más difícil, para quienes intentamos vivir desde referencias éticas y creencias objetivas, asumir esta nueva cultura híbrida en la que nos toca vivir. Todo se vuelve provisional y relativo. La misma ética aparece, sobre todo, como algo subjetivo. Vivimos en un mundo plural, a la carta, de mestizaje cultural. Pareciera que la mayoría de nuestras certezas tuvieran fecha de caducidad. No es extraño que vivamos desconcertados e inseguros.
Hoy se puede ser, al mismo tiempo, agnóstico y místico, revolucionario y capitalista, nuevo rico y patán. Lo cierto es que son muchas las personas que se sienten atraídas por este sincretismo que no sabemos muy bien a dónde nos lleva. Abrirse a todas las posibilidades y experimentarlo todo puede resultar muy agradable y deseable, especialmente cuando la vida que llevamos no nos obliga a correr riesgos. Pero, si somos sinceros, tendríamos que hablar de indigencia mental y de una vida degradada cuando lo queremos todo, ahorita mismo, sin comprometernos con nada.
Quizá por eso, la palabra se vuelve incierta e irrelevante y las promesas apenas significan algo.
¡Ay, aquellos tiempos en que la palabra era sagrada y transparentaba la verdad del corazón!
Hoy, la palabra es funcional y, más que desvelar, vela lo que pasa por la mente. Todos sabemos de su ambigüedad, del pésimo uso que hacemos de ella, del poco valor que le damos. Por eso, tendemos a vivir encerrados en nuestros intereses inmediatos, reduciendo el buen vivir a nuestro propio bienestar.
Quizá por eso, las palabras se han reducido tanto, secuestrado el verbo por la propaganda, la política o la telenovela.
Lo que hoy define a muchas personas y sociedades es el hecho de ser buenos consumidores o consumidores frustrados, a golpe de crisis y de falta de liquidez.
Esta sociedad híbrida, del quiero y no puedo, llena de posibilidades y de límites al mismo tiempo, es causa de no pocas frustraciones, la más grande ellas, ver cómo pasa el tiempo y no lograr que se cumplan nuestros sueños.
Dicen los psicólogos que ahí esta una de las causas que generan la llamada crisis de la mitad de la vida, ese momento en el que te das cuenta de que el tiempo huye (“tempus fugit”) y tú con él.
Para los creemos y sabemos que todavía la escala de Jacob une el cielo con la tierra, a pesar de que los tiempos sean difíciles, vivir resulta apasionante.
Este es el tiempo de las oportunidades. Por eso, no me importa vivir en un mundo híbrido que me enseña tantas cosas y del que aprendo tanto, especialmente a no comulgar con ruedas de molino y a no tragarme cualquier sable que me vendan, aunque esté chapado en oro.
Nado contracorriente y, de ningún modo, renuncio a saber quién soy, quién habita mi corazón, qué sentido tiene lo que amo, en qué creo y por quién estoy dispuesto a dar la vida.
Toca resistir y abrazar el mundo, más allá de las ofertas del día…
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