Kevin Freire en un entrenamiento de finales del 2014, en la piscina del Club Regatas de Quito. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Kevin Freire es un ecuatoriano fuera de serie. A los 17 años ha viajado a una docena de países, ha dado charlas de motivación, clases de inglés, y acaba de convertirse en abanderado del Liceo Mediterráneo, donde portará el Pabellón Nacional en el Juramento a la Bandera el 26 de septiembre del 2015.
Por si fuera poco, es uno de los mejores nadadores de Sudamérica, sobre todo en el estilo espalda, entre los deportistas con discapacidad visual.
El adolescente que despierta a toda la vecindad con sus mezclas musicales, los sábados por la noche cerca de La Gasca, no ve nada. Mejor dicho, mira con sus otros sentidos. Sobre todo con las manos.
El destacado estudiante en el Liceo Mediterráneo es un chico inquieto y hablador que encontró en los libros y en el deporte sus principales motivaciones en la vida. Cuando se desliza sobre y bajo el agua se siente pleno, con una sensación similar a la de volar.
Mientras otros adolescentes dejan la piscina con frío y una cara de haber llegado al límite de su capacidad física, él sale con una sonrisa. A diferencia de la mayoría, Kevin asegura que después de cada entrenamiento se siente con más energía para continuar estudiando.
No duerme mucho, pues se acuesta cerca de la medianoche y ya está en pie antes de las 06:00. Últimamente lo compensa con siestas en las tardes, pues aprendió, en un programa educativo en televisión, que dormir y hacer siestas traen beneficios al cerebro.
El nadador que cubrió la marca requerida para ir a los Juegos Parapanamericanos de Toronto 2015, para cuatro pruebas incluidos los 100 metros espalda que son su especialidad, quiere ser diplomático y Presidente de la República.
Prematuro en el nacimiento, su adaptación al mundo, sin su vista, ha sido excepcional. La paciencia y ayuda de sus padres, quienes lucharon para que lo recibieran en guarderías, escuelas y colegios regulares fue clave.
Su condición se debe, en gran medida, a una negligencia médica pues lo operaron recién nacido antes de que se terminaran de desarrollar sus ojos. Las cosas no se dieron fáciles en su niñez. Sus papás buscaron guarderías, pero en ningún lugar lo aceptaban. Entonces llegaron hasta un centro donde su madre, licenciada en Ciencias de la Educación, trabajó como profesora y además lo cuidaba. Más complicado fue conseguir una escuela.
En al menos 10 centros educativos le negaron la posibilidad, aunque a los 5 años ya sabía leer y escribir en braille y contar con el ábaco. Sus padres, desesperados, continuaron golpeando puertas hasta que en el Liceo Mediterráneo, por el sector de Calderón, lo aceptaron. Allí estudió la escuela y ahora está en el tercero de bachillerato junto con compañeros regulares.
Cuando sus amigos empezaron a aprender la letra manuscrita, para que él no se quedara atrás en el aprendizaje, sus padres le consiguieron una computadora portátil con un programa especial para personas con discapacidad visual. Fue un niño adelantado a su época que hace nueve años ya se ayudaba de la tecnología para estudiar en clases. Ahora, Kevin revisa los libros en formato digital.
Valiéndose de la tecnología, el nadador estudia a la par que sus compañeros y es uno de los más destacados. Fue abanderado en la primaria y el 17 de septiembre se confirmó que portará el Pabellón en el Juramento de la Bandera. “Cuando sea abanderado lo invito para que me haga una nota”, dijo cuando salió de la piscina de San Carlos, luego de un entrenamiento a finales del 2014.
Empezó en el deporte como una oxigenación a los estudios.
Cuando era niño se podía pasar todo el día leyendo, en braille y con audio libros. Lo que más le interesaba era estudiar historia, matemáticas y otras materias. Por esa razón, para que también se abriera a otras posibilidades, un profesor recomendó a sus padres que le hicieran practicar algún deporte. Así fue que llegó al Club Regatas, en San Carlos, donde se ejercita permanentemente.
Alberto Gómez, el entrenador principal del club, recordó que ellos no tenían experiencia en deporte adaptado cuando llegó Kevin. A pesar de aquello, las puertas se abrieron.
Como cualquier otro niño empezó en la escuela de natación, aprendiendo estilos y mejorando la técnica. Por cierto, fue su abuela Aída Taboada quien le enseñó a nadar en las piscinas de Baños de Agua Santa (Tungurahua).
Su actual entrenador es Cristian Yánez, quien se dedica por completó a practicar con él, pues es necesario que se le indique cuando dar vueltas, en uno y otro extremo de la piscina.
Cristian Yánez (der., instructor de natación, dirige la práctica de Kevin Freire. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO
Cuando el nadador que quiere ser presidente se aproxima al borde de la pileta, Cristian le topa para que gire y siga nadando. Lo hace con un tubo largo, de más de 2 metros, que tiene una pelota de tenis, forrada con cinta adhesiva negra, en uno de los extremos.
Por mucho tiempo se ejercitó con Luis Angos, pero Yánez es su guía desde el 2014. Con este viajó a México, en noviembre de ese año, con el apoyo de empresas privadas, a un torneo donde ganó cuatro medallas.
Kevin representó al país en los Parapanamericanos de Toronto 2015. Tiene el récord nacional de 100 espalda, con 1,37,85 minutos, entre las personas con discapacidad visual. Además, se ubicó noveno en el continente y 21 en el mundo en esa distancia.
El nadador que se pasa las noches de sábado mezclando música, sobre todo reggaetón, quiere seguir entrenando hasta clasificarse a los Juegos Paralímpicos del 2016. También continuará con los estudios, pues quiere ser diplomático y algún día dedicarse a la vida política.