El sistema de educación ecuatoriano otra vez entra en una serie de cambios, en los que si no se camina hacia una mejor calidad del aprendizaje será más tiempo, esfuerzos y recursos económicos perdidos.
Ecuador tiene un historial de reformas en las que se consideró la calidad educativa, por ejemplo la reforma curricular de 1997. El sistema nacional de evaluación que se estableció en 2006.
Así también se han realizado actualizaciones, ajustes y se ha buscado fortalecer los currículos, en 2010 y 2016.
Pese a estos y otros intentos, la educación que se brinda en el país sigue siendo deficiente. Más ensayos de prueba y error pueden ser bienvenidos, pero deberán propender a resultados asertivos.
Si como país se quiere alcanzar los objetivos de la agenda 2030 para un desarrollo sostenible lo que se espera es una mejora acelerada de la gestión escolar, el desempeño de docentes y directivos y el aprendizaje de los estudiantes.
La transformación que experimenta la sociedad demanda, entre otras cosas niños y jóvenes con sentido común, críticos, que razonen más y memoricen menos.
Asimismo, hoy de las nuevas generaciones se requiere mayor creatividad, capacidad para reinventarse e innovar en un mundo cada vez más tecnológico. Esto obliga a revisar con detenimiento los currículos desde etapas iniciales.
Pero también implica que padres, docentes, rectores y demás involucrados revisen la dinámica con la que se vive en el aula de clases y en el hogar.
Una buena dosis de humildad para reconocer que falta un real entendimiento de cómo funciona el cerebro de los niños en el proceso de crecimiento no caería nada mal.
El docente y doctor en Medicina y Neurociencia, Francisco Mora, por ejemplo, considera que la clave no está en fomentar las emociones en el aula, sino en enseñar con emoción.
“Un profesor excelente es capaz de convertir cualquier concepto, incluso de apariencia ‘sosa’, en algo siempre interesante”.
El catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Mariano Fernández, también aporta en el sentido de que ahora la educación no se juega ni en el nivel micro del aula convencional ni en el macro de las políticas, más bien en el nivel de centros.
Esto incluye proyectos reales y coherentes, direcciones con competencias pedagógicas, equipos internos especializados y colaboración vertical y horizontal en redes de centros.
Esto sin duda implica un cambio para los profesores que deben ser digitalmente competentes, más informados, abiertos y creativos para encarar el trabajo.
No obstante, para demandar un mejor aprendizaje es necesario que los profesores, sobre todo los públicos, tengan estabilidad laboral, capacitación y las herramientas necesarias para trabajar, incluso, en las zonas más alejadas del país.
Y, por otro lado, nada de los cambios que se hagan serán favorables si no se cuenta con infraestructuras adecuadas y entornos seguros, saludables, inclusivos y en donde no se acepta ningún tipo de violencia.
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