En un segundo, a Diana Loor le cambió la vida en julio del 2019, cuando fue diagnosticada con cáncer. Hizo 37 sesiones de radioterapia hasta marzo del 2020 y, cuatro meses después, se contagió de covid-19.
Durante los 25 días que estuvo en cama, con falta de aire, pensaba en retomar sus estudios. “Pasé por un cáncer y estaba superando el coronavirus. ¿Por qué no iba a poder?”. Diana acabó la primaria a los 14 años. Cuenta que tuvo una infancia difícil. “Mis padres me enseñaron que debía trabajar desde joven y eso hice”.
Con 34 años aprovechó que en la pandemia la educación es virtual para inscribirse en una de las ofertas para adultos del Municipio de Quito. En julio terminará décimo año y quiere seguir con el bachillerato. “Yo quería estudiar, pero me faltaba tiempo”.
Ella trabaja en una empresa privada. Se encargaba de la limpieza y gracias a que ahora cursa la secundaria lleva el inventario de una bodega. “Tengo la ilusión de hacer cosas que no podía por no haber estudiado”.
A veces le prestan una computadora, para que haga tareas cortas. Y se conecta desde su celular a las clases, que son de 19:30 a 20:30, cuando debe quedarse hasta tarde en la empresa.
En casa hace deberes en la computadora que comparte con su hijo, de 13 años. Duerme menos de cinco horas, pero está convencida de que “todo sacrificio tiene su recompensa”.
En condiciones normales, el programa que cursa Diana sería presencial. Es uno de los que ofrece el Municipio para jóvenes y adultos con escolaridad inconclusa. También tiene una oferta semipresencial y otra que siempre fue virtual.
Cien profesores atienden a 2 700 alumnos. Sandra Vaca, directora de Educación Extraordinaria, relata que en la pandemia los estudiantes han accedido a una plataforma con contenido. También les entregan documentos físicos, y por chat o llamadas reciben asesoría de docentes.
El Ministerio de Educación también tiene este tipo de oferta presencial -que se mantiene por medios virtuales- y otra a distancia.
A esta última accedió Dominick Sánchez, quien dos años atrás intentó estudiar de modo presencial y se retiró por falta de tiempo.
El joven, de 27 años, dejó el colegio hace 10 años, cuando estaba en primero de bachillerato. Se enamoró y tuvo una hija. “No había dinero para pensiones ni uniformes”.
Dominick labora ocho horas diarias. Cuando está en el turno de la mañana dedica tres o cuatro horas a tareas, revisión de libros y material digital de la plataforma. “La modalidad requiere autoeducación”.
Cuando trabaja toda la noche, estudia entre cinco y seis horas en el día. Usa su teléfono con plan de datos y su computadora. Se alista para el examen de ingreso a la universidad, está por terminar el bachillerato. “Sueño con ser ingeniero mecánico”.
En los servicios de educación extraordinaria, con temporalidad intensiva, el Ministerio de Educación registra 99 941 alumnos a escala nacional, de los cuales 46 788 son de básica y 53 153 cursan el bachillerato.
El jueves, Elvis Arias se conectó con su celular a sus clases por Zoom desde el relleno sanitario del cantón Pasaje (El Oro), en el que trabaja como guardia de seguridad. La señal era intermitente, pero “hay que darse modos”, dice el hombre de 54 años.
Le permiten usar el celular, cuenta, mientras está en el turno de la noche, del que sale a las 07:00 del día siguiente. Al llegar a la casa, en donde vive con su madre, a Elvis el tiempo se le va volando. Cuida a la adulta mayor, quien aún se recupera del covid-19, y hace tareas de básica. “Hago los deberes cuando puedo, porque tengo que atender a mi madre, darle sus medicinas”, señala Elvis, quien tras terminar décimo año, quiere continuar con el bachillerato acelerado y convertirse en abogado.