Ray Bradbury: 100 años de un referente de la ciencia ficción

Foto: AFPEl 22 de agosto se cumplirá el centenario de su nacimiento. Era un apasionado de las bibliotecas.

Foto: AFPEl 22 de agosto se cumplirá el centenario de su nacimiento. Era un apasionado de las bibliotecas.

El 22 de agosto se cumplirá el centenario de su nacimiento. Era un apasionado de las bibliotecas. Foto: Archivo

Hay lugares que definen la existencia de una persona. La de Ray Bradbury (1920-2012) quedó marcada por las bibliotecas. Sus viajes más emocionantes, durante sus años de infancia, eran los que emprendía cada lunes por la noche en compañía de su hermano, con dirección a la biblioteca Carnegie de Waukegan, en Illinois (Estados Unidos), de donde siempre salía con una pila enorme de libros.

Su afición por visitar bibliotecas continúo cuando, años más tarde, él y su familia se mudaron a Los Ángeles. Como no podía pagar la universidad se dedicó a vender periódicos en una esquina. Cuando terminaba de trabajar iba hasta la biblioteca del centro y se sentaba a leer y a escribir relatos cortos, que anotaba en pequeñas hojas de papel.

Un día de 1950, vagabundeando por el campus de la Universidad de California (UCLA) descubrió que en el sótano de la biblioteca había una sala de mecanografía con máquinas de escribir de alquiler. Tres años atrás había publicado ‘Carnaval Negro’, su primer libro de relatos, pero su economía aún era precaria, así que aquel hueco se convirtió en su nueva oficina.

En ese sótano, donde se alquilaban máquinas por diez centavos la media hora, escribió como un poseso ‘Fahrenheit 451’ (1953), su primera novela. En este libro, que en principio fue rechazado por la mayoría de revistas del país -la que finalmente le publicó fue Playboy-, las bibliotecas, o mejor dicho su ausencia, juegan un papel central en la historia.

Dentro de una biblioteca imaginó y escribió historias como las que aparecen en ‘Crónicas Marcianas’ (1950). En este libro reunió una colección de relatos sobre la colonización del planeta rojo por parte de los humanos, quienes huyen de una Tierra devastada e inhabitable; o como las que son parte de ‘El hombre ilustrado’ (1951), cuyo relato homónimo es protagonizado por un vagabundo con su cuerpo lleno de tatuajes hechos por una mujer que viaja en el tiempo.

Habitar las bibliotecas, algo que en la actualidad resulta anacrónico para muchos, sin duda influyó en su forma de ver el mundo y de pensar la literatura. Los mundos distópicos que creó entre los años cuarenta y ochenta muestran las preocupaciones que tenía sobre la sociedad estadounidense, ante todo respecto de la relación que la gente iba forjando
con la tecnología.

Para Bradbury, la habilidad de fantasear era algo indispensable para la sobrevivencia de los seres humanos. De ahí la importancia que le daba a los libros y a las bibliotecas y su crítica a la televisión, un medio de comunicación al que veía con desdén. Pronto se dio cuenta de que los avances tecnológicos se estaban orientando a crear un mundo más rápido, condensado e instantáneo, y hacia allá apuntó.

En ‘Fahrenheit 451’ la tecnología, como sucede actualmente en países como China, es utilizada para controlar. El Sabueso Mecánico que aparece en la novela no está para ayudar a los ancianos a cruzar la calle, o para acompañar a los niños al parque, sino para ayudar al Cuerpo de Bomberos a rastrear y eliminar a los disidentes que conservan y leen libros.

En esta novela, al igual que en otros relatos como ‘Y la roca gritó’, también ahonda en el papel de las minorías sociales. Sabe que el mundo está empezando a convertirse en una masa homogénea y entonces imagina a Beatty y a Montag, dos de los protagonistas de esta historia, en una conversación en la que el primero lanza un alegato a favor de la quema de libros, del olvido y de la desmemoria.

Bradbury imaginó un mundo sin bibliotecas y sin libros para mostrarnos el peligro que significaría para la humanidad dejarse llevar por un mundo lleno de inmediatez, en el que los matices están prohibidos y en donde el discurso oficial es el único y autorizado. Argumentos que pusieron a dialogar su obra con ‘1984’ de George Orwell, ‘Un mundo feliz’ de Aldous Huxley o ‘El cuento de la criada’ de Margaret Atwood.

En ‘Fuego brillante’, un texto que escribió en 1993, recordó la predicción que lanzó Beatty, de que en el futuro exista la posibilidad de quemar libros sin cerillas ni fuego; y dijo que aquello parecía haberse cumplido. Porque no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe. Si el baloncesto y el fútbol inundan el mundo a través de la televisión no se necesitan Beattys que prendan fuego al queroseno o persigan al lector”, sentenció.

Con el tiempo, Bradbury se convirtió en un referente de la literatura de ciencia ficción. En 1989 fue nombrado Gran Maestro de la Asociación de Autores de Ciencia Ficción Norteamericanos. En medio de esa travesía nunca dejó de hablar de las bibliotecas, lugares que aparecen en relatos como ‘Bright Phoenix’ o en novelas como ‘La feria de las tinieblas’. Tampoco dejó de lado a Marte, a los bibliotecarios y a los autores. Uno de sus preferidos fue Charles Dickens, a quien convirtió en el protagonista de un relato en el que le ayuda a terminar ‘Historia de dos ciudades’.

En sus años de vejez,el hombre que apostó por los mundos distópicos dijo que seguía creyendo que no todo estaba perdido en la sociedad contemporánea, siempre y cuando se aseguren de que al cumplir los 6 años cualquier niño en cualquier país pueda disponer de una biblioteca, “entonces las cifras de drogadictos, bandas callejeras, violaciones y asesinatos se reducirán casi a cero”.

Al final de ‘Fahrenheit 451’, Montag encuentra a un grupo de hombres que viajan de forma silenciosa y clandestina. Ellos también queman libros, pero antes de hacerlo los memorizan. Uno es Platón, otro Charles Darwin, el de allá Schopenhauer y el de acá Mahatma Gandhi. Hombres que aprendieron que sus cabezas eran el mejor lugar para guardar los libros. Como dice uno de ellos, quizá la única alternativa que nos quede al final sea la de ser “Vagabundos por fuera, bibliotecas por dentro”.

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