Por la pandemia, las aulas buscan mantener adecuado distanciamiento. Foto: AFP
Cuando en agosto del 2019 el Gobierno egipcio se encontró con que su sistema de educación había caído al puesto 137 en los escalafones mundiales, vio al otro extremo de la lista para planear acciones. Y las autoridades reconocieron, según un reporte de Arab News, que “la educación fue una de las claves para transformar a Japón de un estado feudal que recibía ayuda tras la Segunda Guerra Mundial en una moderna potencia económica”.
Cada vez que se publican los resultados de las pruebas de lenguaje, ciencia o matemáticas y se ve que los estudiantes nipones obtienen resultados muy por encima de la media, abundan los análisis que ponderan la limpieza en las escuelas, las filas de zapatos alineados en la entrada de las aulas, el hábito de alumnos y maestros de limpiar todo lo que usan, el año escolar de casi 11 meses y las jornadas de ocho horas.
Sin embargo, pocos exploran lo que hay detrás de todo eso. ¿Cómo logran uniformizar esa predisposición al orden y a hacer las cosas bien?
Jeffrey Hays, un educador estadounidense afincado en Japón, empleó muchos años en recopilar fuentes documentales que permitan comprender la magnitud de la transformación del sistema educativo del país del sol naciente, luego de la rendición de sus tropas el 15 de agosto de 1945. Su recuento refleja que, luego de haber perdido entre 2,6 y 3,1 millones de personas (según un conteo de The National WWII Museum en Nueva Orleans) y de sufrir los efectos de dos bombas atómicas, la apuesta por la escolarización fue masiva. Pero esa no fue la única clave.
Si bien existen reportes de escuelas regentadas por monjes budistas desde el siglo VI, no es sino hasta el período Edo (1603-1808) que la posibilidad de recibir instrucción trascendió las familias de los samuráis -considerados la élite militar y política- y los hijos de los comerciantes y agricultores más adinerados de la zona rural.
Estas imágenes recrean una ‘terakoya’, cuyos orígenes datan del siglo XVII. Foto: Do-tokyo Museum
A partir de ahí, las cosas fueron evolucionando desde la enseñanza básica de leer y escribir y hacer cuentas con la ayuda de un ábaco -en las terakoyas o escuelas comunitarias– a cada vez más años de escolaridad, hasta que en los años treinta del siglo pasado un 20% de los hombres y un 17% de mujeres accedían a cinco años de educación secundaria, eso sí, estas últimas para “convertirse en buenas esposas y madres sabias”.
Paréntesis nacionalista
El artículo de Hays menciona que los niveles superiores siempre estuvieron al alcance de las clases altas, y existía una fuerte influencia del confucionismo, que favorecía un aprendizaje por repetición y de memoria. En 1903, el Gobierno unificó los textos escolares con la finalidad de lograr uniformidad en los pensamientos.
De este modo, se impuso una ética basada en el nacionalismo y la absoluta devoción a la figura del emperador. Ya en los años de la Guerra, el militarismo estuvo omnipresente desde los niveles más básicos, en cuyos libros el entonces soberano, Hirohito, aparecía como ‘Dios Viviente’, apuntando que “tenemos que estudiar duro, para ser buenas personas en beneficio del Emperador”.
Para los países occidentales que intervinieron en las reformas estructurales en los años posteriores a 1945, incluyendo la educativa, uno de los mayores desafíos fue precisamente abolir del currículo la ‘shushin’ o educación moral, porque en EE.UU. la consideraban la semilla de las ideas de supremacía racial de las décadas anteriores. Sin embargo, muchos japoneses consideraron, según apunta el investigador Edward R. Beauchamp, que dejar sin un “núcleo espiritual” la formación de la juventud era “como lanzar a un recién nacido al agua de un inodoro”, y para 1958 se le cambió el nombre, pero se mantuvo el requisito: ‘dotoku’ es la materia que hasta hoy toman los niños desde primer grado de primaria.
La educación inicial en Japón comienza a los tres años, y es obligatoria hasta la secundaria. La mayoría de las universidades son privadas. Foto: AFP
Desde el punto de vista cuantitativo, la escolaridad ha avanzado hasta el punto de que la asistencia a la secundaria alcanzó ya en el 2000 un 91,7%, y en las universidades el 49,1% de la población, si bien uno de los problemas que persiste, según la recopilación del polaco Andrzej Glogowski, es que mientras más avanzado es el nivel (maestría, doctorado), el porcentaje de mujeres que lo alcanzan es más reducido.
Hechos como el que incluso la hija del ahora emperador Naruhito, la princesa Aiko, haya sufrido acoso escolar es una muestra de que el sistema japonés no solo se ajustó al modelo educativo de Occidente, sino que también experimenta algunos de sus conflictos. Lamentablemente, a este lado del mundo casi nadie se preocupa de replicar los ejes temáticos del ‘dotoku’ que dan origen a esas escuelas limpias y ese aprovechamiento que se destaca: cómo relacionarse consigo mismo, con los otros, con los grupos y la sociedad entera.