Por volverse más y más comunes, los desastres naturales ya no nos sacuden la conciencia y solo son otros registros noticiosos de coyuntura.
Esta indiferencia nos puede costar ingentes pérdidas materiales y de vidas humanas.
Un estudio del Instituto de Sostenibilidad de la Universidad de Cambridge afirma que, solo en el 2013, tres veces más personas perdieron su hogar por las catástrofes que por las guerras.
Es bastante conocido que la geografía del país está entrecruzada por accidentes naturales que la vuelven muy vulnerable. Varias fallas geológicas importantes atraviesan el territorio y 19 volcanes se riegan entre las tres cordilleras (según un informe del Instituto Geofísico de la Politécnica Nacional).
Entre ellos se enumeran algunos montañas que nadie ha tomado en cuenta, como Atacazo, Pasochoa, Quilotoa, Ilaló, Corazón Casitagua, Pululahua, Chacana, Almas Santas…
Lo paradójico del asunto es que teniendo completos informes sobre la peligrosidad de ciertos volcanes y fallas naturales, los ecuatorianos nos hemos empeñado en vivir en medio o junto a ellos, como desafiando el peligro; como que “nunca nos va a tocar a nosotros”.
La posible reactivación del Cotopaxi ha descubierto algunos problemas que, aun siendo conocidos, se taparon convenientemente.
El más visible es la gran cantidad de conjuntos residenciales que, en Los Chillos, se levanta muy cerca de las riberas de los ríos Santa Clara y Pita, los principales centros de desfogue de los hipotéticos lahares del volcán.
Estas conclusiones ya eran conocidas, al menos, desde el 2002, cuando el coloso también se puso muy inquieto. Lo que se hizo para remediar este inconveniente, asimismo, es conocido: nada.