Cruz Elías García Portilla creció entre esculturas de madera, gubias y formones. Con 36 años de edad, es uno de los más reconocidos policromadores del país. Su taller está en el Barrio Sur, de San Antonio de Ibarra (Imbabura).
El sol, que se filtra por una ventana, alumbra la punta de acero de los pequeños formones alineados, junto a pinceles finos, de pelo de marta. Ocupan gran parte de una mesa, flanqueada por dos imágenes de la Virgen María, de menos de 30 cm.
Detrás de la mesa, Cruz Elías lija una mano tallada en cedro para una Virgen Inmaculada. La minúscula pieza cabe con holgura en el pulgar de artesano.
Aunque García ama a todos los trabajos que realiza, recuerda uno en particular. El sagrario, de cuatro metros, que construyó para la iglesia del Buen Pastor, de Tumbaco. El padre Rafael Campos solicitó que esté colocado antes de la Navidad. El artesano llegó a las 04:00. Y, armó el diseño, en pan de oro, durante la madrugada. Los más sorprendidos fueron los feligreses, que creían que era un milagro, al ver cómo el diseño de la iglesia cambió.
El gusto por las artes lo adquirió en el taller de su padre, Gabriel García a los 15 años. Como primera tarea le encomendó pintar las bases de las esculturas. Luego pasó a colorear las espaldas de los cristos. En menos de un año, el padre daba los acabados a imágenes matizadas por su cuarto hijo.
El trabajo y la práctica les dio diferentes especialidades y caminos a los hermanos García Portilla. Hernán, el mayor, se hizo tallador, Diego, el menor, estucador… Y Cruz Elías se convirtió en un maestro de los policromados.
Se trata de técnicas heredadas de la Escala Quiteña, como el dorado en agua, esgrafiado, brocado, chinesco y relieve. Son minucioso trabajos con pinceles, lacas, óleos, acrílicos, láminas de oro…
En los 13 años de matrimonio Nancy Almeida aprendió no solo las técnicas de pintura de Cruz Elías, su esposo.
También su gusto por el campo. Los domingos trabaja en un pequeño huerto de casa. Miércoles y jueves, cuando no trabaja, prefiere andar en bicicleta con amigos. Tiene dos hijas: Sayana y Gabriela.
Uno de sus discípulos es Edwin Córdova (20 años). Él admira de su maestro la amabilidad y el perfeccionismo. Entre sus clientes están coleccionistas y comerciantes de arte de Ecuador, Venezuela, España… que son asiduos visitantes del taller, enclavado en las faldas del Imbabura.