Vista panorámica de ‘Found in Translation: Design in California and Mexico, 1915-1985’. Foto: Ivonne Guzmán / EL COMERCIO
Cuando hace alrededor de tres años, ‘Pacific Standard Time: LA/LA. Latin American & Latino Art in LA’ empezó a conceptualizarse, Donald Trump era apenas un nombre de la farándula estadounidense. Un señor conocido mundialmente por gritar en televisión: “You are fired!!”. Todo esto (es decir: televisión basura, geopolítica, arte, magnates, etcétera) que parece que no tiene nada que ver entre sí, tiene que ver. Y mucho.
Para entonces, el Getty Trust ya había decidido que la segunda edición del Pacific Standard Time, que tendría lugar el último trimestre del 2017, estaría dedicada al arte que se hace en/desde América Latina y al arte latino que se realiza en Estados Unidos. Ni en sus fantasías más arriesgadas, el comité del Getty hubiera podido pensar en un ‘timing’ político más propicio para esta gigantesca exhibición que pone el foco sobre una de las comunidades más importantes de Estados Unidos; un país actualmente presidido por Trump. Un país del cual Trump quiere (infructuosamente) borrar a los latinos y su legado.
A través de diferentes manifestaciones artísticas -que no se limitan a las artes visuales, aunque estas sean la mayoría en exhibición-, ‘PST: LA/LA’ hecha sal en la herida de un país que atraviesa por un momento delicado porque se ha conflictuado respecto de las reglas mínimas de convivencia. Pero las más de 70 exposiciones y otros eventos, que comenzaron el 15 de septiembre pasado y se extenderán hasta enero del 2018, también se pueden entender como una brisa refrescante que posibilita nuevas entradas para hablar de los latinos en Estados Unidos y de esa entelequia llamada Latinoamérica en general.
Entre las frases que utiliza el ‘PST: LA/LA’ para promocionarse están: “There will be differing opinions. There will be art” o “There will be dissonance. There will be art”. Ambas condensan este carácter de vocerías múltiples, que incluso pueden llegar a ser contrapuestas, que la gran exhibición ha tratado de imprimir en todas sus acciones.
Dos de las cuatro muestras del ‘PST: LA/LA’ que acoge el LACMA (Los Angeles County Museum of Art) ejemplifican lo dicho. ‘Una historia universal de la infamia’, co-curada por Rita González, José Luis Blondet y Pilar Tompkins Rivas, se mueve por diferentes lógicas y discursos, representados en 16 propuestas de artistas que están empezando a consolidarse en la escena artística internacional y que desafían “toda noción de lo absoluto, tanto acerca de qué constituye Latinoamérica y su diáspora en los Estados Unidos, como del arte que se puede asociar a ella y de cómo enfocar esta compleja relación”, según lo resume un breve texto curatorial de difusión.
En ‘Home. So Different, So Appealing’ (El hogar. Tan diferente, tan atractivo), las cerca de 100 obras en exhibición trazan una conexión entre la idea de hogar y el sueño americano, tras el cual millones de personas han llegado a lo largo de décadas hasta ese país. En esta exposición, organizada por el UCLA Chicano Studies Research Center, el LACMA y el Museum of Fine Arts, de Houston, hay nombres consagrados del arte latinoamericano como Doris Salcedo (Colombia), Guillermo Kuitca (Argentina) o Luis Camnitzer (Uruguay), por mencionar apenas tres. Lo cual lleva a otro cuestionamiento: la búsqueda/necesidad de ser reconocido o mirado por el centro que se experimenta en las periferias (papel que en este caso cumple Latinomérica). Incluso Kuitca, incluso Salcedo, así como Camnitzer, que son parte del canon de sus países y la región, entran en el juego de las validaciones a través de ser vistos o hacerse ver por los validadores del arte, en Estados Unidos: el centro. O un supuesto centro, o que alguna vez fue el centro, del que desde hace algunos años países con procesos y escenas artísticos sólidos han empezado a prescindir; Brasil es un buen ejemplo.
La discusión alrededor de los cánones, las periferias, los centros y las validaciones en el arte ameritan un espacio distinto de reflexión, que en ‘PST: LA/LA’ si acaso apenas está esbozado. En lo que sí se está pensando en esta edición es en el arte como práctica social: esta difusa línea entre arte y activismo. Dos exposiciones se enfocan de lleno en este tema, aunque hay varias obras de este tipo mostrándose en distintos espacios también.
En ‘Talking to action. Art, Pedagogy, and Activism in the Americas’ (Hablar y actuar. Arte, pedagogía y activismo en las Américas), la muestra curada por Bill Kelley Jr., que se exhibe en el Otis College of Art and Design, se puede ver más que nada registros de acciones que tuvieron lugar en otro momento, muchas veces bajo el formato de trabajo colectivo, que borra las fronteras entre el artista y el sujeto que inspira o en beneficio de quien ha sido pensada la obra. Los temas abordados son: migración, memoria, políticas alrededor de problemas medioambientales y de género, derechos de pueblos originarios o violencia.
‘The Schoolhouse and the Bus’ (La escuela y el autobús), la muestra en la cual las curadoras Elyse A. Gonzales y Sara Reisman juntaron las obras de la estadounidense Suzanne Lacy (‘La piel de la memoria’, en la que trabajó con la antropóloga colombiana Pilar Riaño) y el mexicano Pablo Helguera (‘The School of Panamerican Unrest’ o La escuela panamericana del desasosiego) pone al espectador en contacto con una forma de hacer arte que busca “la transformación y el empoderamiento” de las comunidades con las que trabaja. Es un abordaje de corte político indiscutible; que aún lucha por hacerse un espacio en la institución arte, en todo el mundo.
Y miradas y posiciones políticas son las que demanda el momento por el cual pasa Estados Unidos. En gestos tan pequeños (y decidores) como el hecho de que toda la información esté disponible en inglés y en español en las exhibiciones se puede medir la importancia de este primer acercamiento que se hace desde el ‘establishment’ del arte estadounidense (todos los espacios importantes del sur de California son parte de ‘PST: LA/LA’) a un arte que de una u otra manera le atañe, aunque no lo haya visto o no haya querido verlo.
Por eso también surge una pregunta: ¿Qué va a pasar después de enero del 2018, cuando la escena artística vuelva a su antigua normalidad (a aquella en la que toda la información relevante está en inglés, por ejemplo)? ¿Podrá volver? ¿Se sale indemne de un contacto de este tipo (en el que curadores, públicos, artistas, comunidades involucradas han puesto tiempo, ideas, emociones)? ¿O será que esta vez América Latina ya desembarcó definitivamente en Estados Unidos, a través de Los Ángeles? Habrá que verlo.