Rancios ecos raciales en la pelea de Trump con los atletas

Jugadores de los Titans de Tennessee, equipo de la NFL, se arrodillan durante el himno de Estados Unidos, en el estadio Nissan de Nashville.

Jugadores de los Titans de Tennessee, equipo de la NFL, se arrodillan durante el himno de Estados Unidos, en el estadio Nissan de Nashville.

Jugadores de los Titans de Tennessee, equipo de la NFL, se arrodillan durante el himno de Estados Unidos, en el estadio Nissan de Nashville. Foto: Agencia EFE

No es la primera vez que un atleta afrodescendiente protesta contra el himno de EE.UU. En realidad, las protestas de los jugadores afroestadounidenses de la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL) contra el himno -por las que el presidente Donald Trump se enzarzó en una “guerra” de declaraciones-, se enmarcan en una tradición de demostraciones públicas contra una discriminación racial que no acaba de desaparecer en ese país.

Hace casi medio siglo, el escenario de la protesta fue México durante los Juegos Olímpicos de 1968 (más sobre eso en un momento). Esta vez, el lío se armó cuando, en una de sus constantes salidas de tono, Trump dijo que los dueños de los equipos debían “despedir al h.d.p.” que se arrodillara durante el himno nacional, por su “falta de patriotismo”. Añadió que los dueños de equipos deberían despedir a los jugadores que así lo hicieran y que si los fanáticos “abandonan el estadio” cuando eso pase, “les garantizo que las cosas se detendrán”.

Estas expresiones, en vivo, en una concentración política el viernes 22, causaron una reacción inmediata: muchos deportistas y algunos dueños de equipos respondieron que Donald Trump ahondaba las brechas del país y le acusaron de permitir, e incluso respaldar, a los supremacistas blancos. No se quedaron en palabras: durante los partidos del fin de semana, decenas de jugadores de la NFL y alguno de béisbol se arrodillaron, otros permanecieron de pie pero formaron cadenas con los brazos, y otros se quedaron en el vestuario mientras se entonaba el himno.

La pelea tuvo consecuencias inesperadas, como la renuncia a visitar la Casa Blanca de los Golden State Warriors, campeones de la Asociación Nacional de Baloncesto (NBA), resultado a su vez de la “desinvitación” de Trump a uno de sus miembros, la rutilante estrella Stephen Curry, quien se había manifestado a favor de las protestas. LeBron James, el mejor jugador de la NBA y uno de los cinco mejores de todos los tiempos, respaldó a los Warriors tuiteando a Trump: “Ir a la Casa Blanca era un gran honor hasta que tú apareciste”. Curry y los Warriors dijeron que, aunque no la visiten, viajarán en febrero a Washington para celebrar “la igualdad, la diversidad y la inclusión”.

El antecedente proviene del jugador de fútbol americano Colin Kaepernick que en 2015 renunció a ponerse de pie para el himno. Luego, a lo largo de la temporada 2016-2017, en cada comienzo de partido, al cantarse el himno estadounidense, puso una rodilla en tierra. “No voy a levantarme para mostrar orgullo por una bandera de un país que oprime a la gente negra”, explicó. Poco a poco otros jugadores de la NFL, el deporte más popular de EE.UU., le siguieron con gestos parecidos.

La chispa esta vez es la cantidad de jóvenes afroamericanos que mueren en manos de la Policía y la facilidad con que la justicia libra a los oficiales de cualquier responsabilidad. En 2015 hubo 1 134 muertes de jóvenes afroamericanos, la más alta tasa de la historia. De acuerdo con el diario The Guardian, que tiene un proyecto especial, llamado ‘The Counted’, donde registra cada una de estas muertes (y que el director del FBI, James Comey, dijo en su momento que era mejor que el recuento oficial de EE.UU.), las muertes de jóvenes afro causadas por la Policía aquel año fueron cinco veces más numerosas que las de blancos de la misma edad. En 2016, los jóvenes afroamericanos muertos por la Policía fueron 1 091, apenas un poco menos. En su edición del 8 de enero de este año, el diario sostuvo que en 2016 los hombres afro de 15 a 34 años de edad tuvieron nueve veces más posibilidades de acabar muertos que cualquier otro grupo de estadounidenses y cuatro veces más que los blancos de la misma edad.

Puños en alto en México 68

Una protesta parecida hace casi 50 años atrajo la atención mundial sobre la discriminación racial en EE.UU. Fue el 16 de octubre de 1968 cuando dos atletas afroamericanos del equipo olímpico de EE.UU., ganadores de oro y bronce en 200 m, se presentaron a recibir sus medallas con medias negras, sin calzado y con una mano con un guante negro. A continuación, durante la ejecución del himno nacional, ambos mantuvieron el puño enguantado en alto. Eran Tommie Smith, oro, que levantó su puño izquierdo, y John Carlos, bronce, que levantó su brazo derecho.

Aunque el hecho pasó casi desapercibido, fueron sus consecuencias las que lo convirtieron en noticia mundial. EL COMERCIO lo reportó el 19 en primera página, con una foto de la premiación de 400 m y una nota “Problema racial de E.U. complica los Juegos Olímpicos”. El gran despliegue venía en la página 22: en ella dos grandes titulares, “Smith y Carlos, ganadores de 200 m, suspendidos por Comité Olímpico de E.U.” y “Ambiente tenso en Olimpiada por sanción a dos negros”, encabezaban los despachos de AFP y Ansa y las fotos de UPI.

Llamaba la atención la dramática explicación del presidente del Comité Olímpico de EE.UU., Douglas Roby. Subido a una mesa como estrado de ocasión, frente a más de 500 periodistas que le pedían declaraciones y al pie del edificio de la Villa Olímpica donde atletas de su país se asomaron a las ventanas para escucharle, declaró, entre sollozos, que la medida de expulsión a Smith y Carlos se había debido a la presión del Comité Olímpico Internacional. Abucheado por sus propios atletas desde las ventanas, confesó que el COI había amenazado con suspender la participación de EE.UU. por el resto de la Olimpiada si se negaba el castigo. Llorando dijo que los dos atletas, al no pertenecer ya a la delegación estadounidense, debían salir de la Villa Olímpica. Estos lo hicieron sin ofrecer resistencia y, acompañados por sus esposas, se alojaron en el hotel Reforma.

Pero si el COI creía que iba a detener la protesta, se equivocó. El 18, EE.UU. ganó las tres medallas: oro, plata y bronce, en 400 m planos varones. Lee Evans, Larry James y Leonard Freeman, repitieron el gesto de levantar el puño izquierdo, esta vez sin guantes, pero, en cambio, cada uno de ellos se puso una boina negra. Evans dijo que esperaban ser expulsados como sus dos compañeros.

Que los atletas llevaran una prenda negra, aunque fueran las medias con los pantalones arremangados, se repitió una y otra vez en los podios olímpicos de México con casi todos los atletas afroestadounidenses. Además, un grupo de ellos abandonó desafiante la Villa Olímpica como gesto de solidaridad con los expulsados.

Todo esto expresaba la inmensa frustración de los afroestadounidenses por la discriminación racial que no había terminado con las medidas contra la segregación y la Ley de Derechos Civiles de 1964. Y los propios atletas la sintieron allí mismo: “Al terminar nuestra prueba [Tommie y yo] quisimos hacer esto como símbolo de la victoria de dos atletas de color, y hemos visto que desde las tribunas se levantaba un grupo de norteamericanos haciendo otro gesto: el mismo que los emperadores romanos hacían en el circo cuando negaban indulgencia a los condenados”, dijo Carlos. Pidió a los periodistas preguntar “a la América blanca, a todo el mundo blanco, que si no se preocupan por nuestros problemas ni desean enterarse de nuestros sufrimientos, ¿por qué entonces nos buscan para que compitamos?”.

Carlos volvió a hablar en el estadio tras el triunfo de sus compañeros en los 400, recalcando que no se arrepentía. Y cuando le preguntaron si no le preocupaba haber metido a su país en un brete, dijo: “Mi país me importa muy poco y a él le importo muy poco yo. Solo me importan mis compatriotas de color”.

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