18 cóndores, bajo cuidado humano en Ecuador

El cóndor Gualabí fue liberado el pasado miércoles en los páramos de Cubilche, Imbabura. Foto: Cortesía Carlos Pozo/ Grupo Nacional de Trabajo del Cóndor Andino
Gualabí pudo regresar la semana pasada a su hábitat tras haber sido víctima de la cacería. Aunque el caso de este cóndor tuvo un final feliz, la caza continúa amenazando a las poblaciones de estos animales. Además, la recuperación de las aves es un proceso largo y costoso, que no cuenta con el apoyo financiero de las autoridades.
Sebastián Kohn, director Ejecutivo de la Fundación Cóndor Andino, cuenta que de las nueve aves que han sido disparadas desde 2010, solo dos pudieron ser liberadas y rehabilitadas. Las otras siete murieron. Entre estas últimas se encuentra Felipe, que fue el primer cóndor monitoreado del país.
Para los dos que pudieron sobrevivir a la caza, se necesitó el esfuerzo técnico y económico de distintos especialistas. En el caso de Gualabí, el Zoológico de Quito en Guayllabamba tuvo que destinar más de USD 9 000 de su presupuesto a cuidado clínico, rehabilitación, tratamientos, exámenes médicos, cirugía y alimentación.
Alejandra Recalde, veterinaria residente de este centro, explica que este es un proceso que se lleva a cabo generalmente con las víctimas de caza. Lo primero que se les realiza al llegar a la clínica es un triaje para evaluar su estado y qué tan urgente es la atención médica.
Después se estabiliza al paciente, se maneja el dolor y se realizan pruebas de diagnóstico. Los especialistas utilizan las radiografías para identificar los perdigones y se llevan a cabo tomografías para ver las características de estos.
Recalde explica que de esta forma se puede identificar si están enquistados o afectando a algún hueso. El problema de los perdigones es que contienen plomo. Cuando están en contacto con el tracto digestivo o cerca de articulaciones y huesos, pasan al torrente sanguíneo, intoxican al animal y es necesario retirarlos.
Si los perdigones están enquistados en un músculo, hay ocasiones que es preferible no removerlos. Yann Potafeu, biólogo de la Fundación Galo Plaza Lasso en Zuleta, cuenta que, de los 18 cóndores que viven bajo cuidado humano, siete fueron víctimas de cacería y seis de ellos todavía tienen perdigones en su organismo. Uno de estos incluso tiene más de 70 en su cuerpo.
Remover los perdigones en estos casos ya no es una opción. Una operación de este tipo podría poner en riesgo las vidas de estas aves. Se conoce que, gracias a su ubicación, no han pasado a su torrente sanguíneo.
En el caso de Gualabí, los perdigones se encontraban en sus alas, por lo que era necesario removerlos. Para disminuir el tiempo de la anestesia y manipulación, los especialistas utilizaron un floroscopio. Esta es una máquina de rayos X que lanza un número de disparos en un determinado tiempo y permite identificar rápidamente las zonas afectadas.
Después de la cirugía empieza la rehabilitación. Alan García, coordinador de Zoocuidadores, estuvo a cargo de este proceso con Gualabí. Lo monitoreaba las 24 horas presencialmente y mediante cámaras. También se fijaba que no se abrieran las heridas, que se alimentara y que empezara a volar.
Una vez que los animales se estabilizan, son trasladados a otro centro para alistarse para su liberación. Después de tres meses, Gualabí pasó al Centro de Rescate Ilitio donde permaneció más de 30 días preparándose para volver a su hábitat.
Allí fortaleció su musculatura, mejoró su peso y se alejó de los humanos. En este proceso la Fundación Cóndor Andino gastó otros USD 12 000. Tras su liberación, la esperanza es que no vuelva a ser víctima de esta amenaza.