Resta aproximadamente un año para que concluya, por fin, la actual administración de la capital de los ecuatorianos. Cuánto querríamos dedicar este espacio para exaltar logros y aspectos positivos del mandato municipal; duro contraste: cuánto pesar y desasosiego nos embarga el referirnos de manera negativa a una gestión que, con seguridad -nos entristece decirlo-, pasará a la historia, con más pena y sin gloria alguna, como una de la peores administraciones que ha padecido la llamada Carita de Dios.
Solo la ambición supera a la estupidez. Lo fácil, el esfuerzo mínimo, explotar al ser humano, engañar a muchos, corromper almas, apoltronarse en la comodidad y en el bienestar. Eso intentaría, en parte, explicar la inquietud perenne del porqué, varios personajes cercanos y lejanos que, “teniéndolo todo”, aún ansían más y más, sin saciar jamás su codicia de poder, de ese que aflora en nuestro tiempo como económico para luego devenir o ingerir en lo político.
Desde el execrable asesinato de Antonio José de Sucre, en 1830 (cuya autoría quedó en la impunidad), la ruptura de la Gran Colombia, más otros sucesivos y aciagos hechos que continúan hasta nuestro tiempo, se heredó y arraigó en Ecuador una sociedad corrupta, plagada de paradigmas nefastos que perduraron por casi dos siglos, atenazados –cual hiedra en piedra- a los cambios de época; que han mutado, quizás, en la forma, pero su consuetudinario proceder encubre, desde siempre, un fondo que ha permanecido pletórico de lacras, usuras y de poderes mal habidos.
Efecto es aquello que sigue por virtud de una causa. Hay muchos efectos: “Dominó”, “Invernadero”, “Mariposa”, “Mandela”, “Doppler” y, así, un gran elenco de efectos. El apellido del efecto, en casi todas las situaciones, viene del causante o del resultado del efecto. En mi país se ha dado el “efecto Correa” (EC), por las características que lo definen como tal; sobre el que podrían escribirse páginas extensas, si no, libros enteros.
Al margen de afinidades políticas o ideológicas, existen valores y principios sobre los que, universalmente, estamos todos de acuerdo, salvo para aquellas recalcitrantes tendencias donde el fin sí justifica los medios. Valores como la Libertad, la Justicia y la Verdad, principios como la Dignidad Humana, el Bien Común y la Solidaridad, es sencillo de asimilar; pero la Subsidiariedad -un tanto difícil, hasta de pronunciar-, es poco compresible y no fácil de explicar. Reflexionemos ahora sobre ello.
No lo tome a mal, por favor, señor Alcalde del Ilustre Municipio Metropolitano de Quito. Al contrario, le encarezco, tómelo como ocasión más para una oportuna y serena reflexión. Va dirigido hacia Ud., con todo respeto y consideración, hacia el joven político, inteligente, muy bien preparado, entusiasta y –seguro- con muchas ganas de servir a Quito y, quien sabe, con el trascurrir del tiempo, a la nación.
Uno de los ganadores, sin duda, fue El COMERCIO. Bien lograda estructura del evento. Buen formato. Conducción óptima. Organización profesional y concienzuda. Nuevos rostros periodísticos. Felicitaciones por todo el cometido que permitió a la audiencia algo más que percepciones acerca de los candidatos presidenciales. Bien se siente el iniciar estas letras con evidencias positivas.
Diccionario de la Real Academia Española: “podredumbre” = 1. Putrefacción o corrupción material de las cosas, 2. Cosa podrida, 3.
Esa sensación de llenura, la descomposición de estómago, los malestares y los insufribles retorcijones del empacho, son algunos síntomas que padece la muy ponderada democracia. Una muestra, entre tantas, fue la última gesta política vivida en EE.UU. –dizque- el país más democrático del universo, que nos mantuvo, durante semanas, como estoicos espectadores de sórdidos debates entre dos de los más “selectos” representantes de su vocación democrática.
¡Ah! nos referimos a los detractores y opositores del actual régimen. Pasaron 10 largos años y no hicieron nada. No se prepararon, no tuvieron iniciativa alguna que valga la pena. No planificaron, no construyeron, ni de lejos -inteligentemente-, una oposición fusionada, positiva, con autenticidad y objetivos transparentes. Ociosos se aletargaron, sumidos entre el marasmo de su expuesta ineptitud y los correazos que les fueron acertados, zarandeando los enclenques cimentos de sus particulares intereses.
Parece cuento -pero es un hecho real- que a esta persona, un artesano, le haya tomado tres años convencer que es Dios a un puñado de valientes y decididos seguidores; éstos, a su vez, han cumplido una incesante y abnegada jornada que alcanza ya millones de millones de frutos en tierras estériles y en circunstancias superlativamente adversas. También admirable, y no menos sorprendente, es que ninguno de ellos tiene estudios universitarios, mucho menos, una Maestría o, peor aún, un título de PhD, ¡ni siquiera una instrucción básica!
Dicen que costumbre fue en cierta época -actualmente no lo hemos visto- que para algún velorio se contrataba, pagándoles en proporción a lo actuado, a mujeres que iban a llorar, gemir, quejarse, suspirar vigorosamente y, sobretodo, acrecentar la tristeza y dolor de quienes rodeaban al ataúd. A ellas se les calificó como “plañideras”, harto conocidas, como extrañas sus labores.
El significado de ciertas palabras, su identificación y entendimiento, no solo lo indagamos en el diccionario, también lo aprendemos –con eficaz didáctica- de la repetición de costumbres que cotidianamente miramos en el entorno. Entonces, sin necesidad de mayor explicación ni de erudita consulta, al oír esas palabras, las deducimos acertadamente.
La arena política, otra vez más, levanta polvareda en el prolegómeno de las elecciones. Más que arena, evoca el escenario de un circo: multiplicidad de actores, sorprendentes acrobacias politiqueras y no pocos actos que provocan hilaridad; banderas multicolores de numerosos movimientos aparecen cual destellos tenues que se eclipsarán luego de febrero de 2017.
Pruebas al canto. La querella es simple. Complejo como juicio de una época que ya imprimió historia, que encierra circunstancias de fondo y forma. Defensores y detractores se trenzan en furibundos debates, azuzados por ‘comunicadores’ que aparecen sesgados hacia claras tendencias doctrinarias. Arcaicos políticos y ‘analistas’, que otrora tuvieron la oportunidad de servir y de hacer más por el país, ahora emergen como los verdaderos adalides de esta contienda…
Los embates de la naturaleza, cuando son desastrosos y dramáticos, como el que estamos padeciendo, descubren cuán minúsculos, débiles e ineptos somos. No importan los adelantos científicos o tecnológicos que la humanidad haya logrado; experimentamos que no hay nada –o es tan poco- lo que podemos hacer frente a la naturaleza, cuando se desata con incontenible furia.
“Sensacionalismo, como lo practica la prensa amarilla”. Así se define al “amarillismo”. Tal cual fue el molón arrojado, en días pasados, por la cadena de noticias BBC, acerca de san Juan Pablo II, camuflando como “información”, la deplorable y mojigata pretensión de ensuciar la honra, la dignidad de un ser excelso como Karol Wojtyla, dizque, con la novedad de que este mantuvo una “amistad cercana” con cierta intelectual dama. Al pretender, también -maliciosamente-, reclamos insólitos, poniendo en entredicho la canonización de semejante santo (que debió ser erigido por aclamación), de ese gigante y genuino Vicario de Cristo, a quien conocimos tan cercanamente.
Palabras que son mencionadas con frecuencia, particularmente, al referirse a alguien de las arenas políticas. Se ha escrito sobre ellas, se las ha analizado y encajado a personajes criollos y foráneos. Son distintas y, sin embargo, coinciden en algún aspecto: se asevera, sobre cualquiera de las tres, del que manda, del que ordena, del que impone su autoridad.
Un interesante y bien organizado coloquio, como cierre al programa MBA, de un selecto grupo de profesionales, giró alrededor de temas trascendentes y de gran actualidad. En el entusiasmo del debate, como de soslayo, surgió la inquietud: “¿cómo diferenciar a un auténtico empresario de un money maker?”.
Los acontecimientos sangrientos en París durante el nefasto viernes 13 de noviembre, ratifican que la estupidez humana se arraiga y prolifera como mal endémico, sin cura, ni siquiera con una breve pausa. Se atribuye a Albert Einstein la frase “hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”… ¿Confirman algunas acciones del hombre esa reflexión del científico de la Teoría de la Relatividad?