Los embates de la naturaleza, cuando son desastrosos y dramáticos, como el que estamos padeciendo, descubren cuán minúsculos, débiles e ineptos somos. No importan los adelantos científicos o tecnológicos que la humanidad haya logrado; experimentamos que no hay nada –o es tan poco- lo que podemos hacer frente a la naturaleza, cuando se desata con incontenible furia.
No, no estamos en capacidad de evitar tales sucesos. Pero… ¡sí podemos aprender de ellos! Con mucho dolor, con tristeza por los directamente afectados. Cuántas vidas humanas perdidas, cuánta tragedia sufrida, cuántas historias narradas y cuántas otras que no se develarán jamás.
Estos fatales sucesos destapan lo mejor y lo peor del ser humano. Por una parte, solidaridad, emociones que rayan en el dramatismo, afán y acciones de ayuda, auxilio a las víctimas a la medida de lo posible; por otra, vandalismo y ratería, y no solo de las cosas materiales, sino de la conciencia de la gente, al engañar, al difundir noticias falsas, al aprovecharse –parasitando- de la exigua esperanza de los más necesitados, pretendiendo protagonismo –algunos, hasta hacen proselitismo político- por medrar de la simpatía de la gente… Sí que eso es mísero y condenable.
¿Se podían impedir tantas muertes y destrucción? Categóricamente: ¡sí! ¿Cómo? Pues, entre varias previsiones: evitando construcciones en sitios de riesgo, construyendo con materiales adecuados, realizando cálculos idóneos, cumpliendo códigos de construcción que, a propósito, dicen que los hay, pero… ¿de qué sirven si no se aplican, si no se obliga que se cumplan a cabalidad?
Esas medidas exigen estrictez y severidad, cumplimiento de normas y reglas, en autoridades, constructores, fiscalizadores y en otras múltiples actividades profesionales, como abogados, emprendedores turísticos, etc. Se devela –secreto a voces- una enfermiza corrupción a todo nivel: ¿Están en regla los permisos de construcción? ¿Cuántas edificaciones han sido demolidas por falta de apego a la normalización?
No solo me refiero a las regiones afectadas, sino que hablo por otras ciudades: Quito, Guayaquil Ambato, Cuenca y más. ¿Qué hubiera sucedido si el terremoto hería a esas ciudades? Por eso queremos ver a las autoridades de los GAD, no repartiendo –para la foto- vituallas para los damnificados -que es lo mínimo que deberían hacer- sino promoviendo –pero ya- reuniones de medición de riesgos, planificación y acciones inmediatas, re ordenamiento de asentamientos humanos, con decisiones drásticas –que nunca serán “populares”- pero que sí preservarán lo más valioso, que es la vida humana.
Si no aprendemos bien de esta tragedia, es que somos o muy tontos o muy vanidosos. Nada más que sentimentalismo pasajero, emociones fútiles, cual hojarasca que lleva el viento, será lo que habremos vivido.