Los acontecimientos sangrientos en París durante el nefasto viernes 13 de noviembre, ratifican que la estupidez humana se arraiga y prolifera como mal endémico, sin cura, ni siquiera con una breve pausa. Se atribuye a Albert Einstein la frase “hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”… ¿Confirman algunas acciones del hombre esa reflexión del científico de la Teoría de la Relatividad?
Cómo no imputar tales terroríficos hechos, y otros similares a aquella lacra de la raza humana: se define a la estupidez como “torpeza notable en comprender las cosas”. Y tal parece que algunos humanos, en especial, los cultores de la estupidez, ¡nunca comprenderán cuánto vale la vida, el sentido de vivir y el fin último del hombre!
Sin embargo, lo de París, con toda la fatalidad y angustia que encarna, luce como un pálido reflejo comparado con otras expresiones de la estupidez humana: solo en China, existen 13 millones de abortos en un año, de acuerdo al Diario del Pueblo de China en su versión en español; es decir, son asesinadas criaturas en una cantidad que duplica a las víctimas del Holocausto judío perpetrado por Hitler y su séquito de depravados; hay 4 países en Europa (Suiza, Luxemburgo, Holanda y Bélgica), uno en Latinoamérica (Colombia), que conceden de manera “legal” el suicidio asistido a ancianos y enfermos terminales, con artimañas jurídicas que, similar al aborto, irónicamente, conceden el “derecho” de matar o matarse. Significa que, estúpidamente, juegan a ser dioses que, por sí y ante sí, deciden sobre sus propias vidas o las de seres inocentes a los que eliminan sin misericordia.
Pero la estupidez no basta. Trae ingredientes tenebrosos como el odio y la venganza, la intolerancia, la hipocresía y -destaca entre todos esos- la fatuidad de líderes siniestros que han ensombrecido un mundo que dicen ansiar la paz y el progreso de los pueblos pero confunden, irónica y trágicamente, el “desarrollo” con la desgracia y opresión de los más débiles e indefensos, bajo la sumisión e imposición de ideas egoístas y de rastreras erudiciones.
Tomás Moro, ser extraordinario del siglo XVI, escribió su obra ‘Utopía’ (1516), en la cual aborda aspectos sociales trascendentes y ubica -imaginaria y maravillosamente- a la humanidad en un estado, en una isla paradisíaca, de armonía, paz y bienestar; dolorosamente, otro asunto que ratifica la estupidez: ¡se ha debido inventar un término antípoda, como es la “distopía”, que describe, con acertada precisión, la enajenación que estamos presenciando!
Matar al auténtico Dios, alejarle de la faz de la Tierra, porque incomoda, porque es difícil, porque no “consiente” que use mi “libertad” como me da la gana… ¡sin responsabilidad! Así se podría explicar la causa principal de semejante estupidez humana.