Solo la ambición supera a la estupidez. Lo fácil, el esfuerzo mínimo, explotar al ser humano, engañar a muchos, corromper almas, apoltronarse en la comodidad y en el bienestar. Eso intentaría, en parte, explicar la inquietud perenne del porqué, varios personajes cercanos y lejanos que, “teniéndolo todo”, aún ansían más y más, sin saciar jamás su codicia de poder, de ese que aflora en nuestro tiempo como económico para luego devenir o ingerir en lo político.
Los Odebrecht: Emilio (1894), Norberto (1920) y Marcelo (1968), tres generaciones, tres culturas, tres épocas disímiles, con un mismo apellido, pero con objetivos y medios distintos para conseguirlos. Lapidario –comprobado está- aquello que algunos expertos teorizan: “la tercera generación de las empresas familiares es la prueba de fuego y de sobrevivencia para ellas”. Sobre esto, se nos vienen nombres de empresas familiares ecuatorianas y otras -a las que conocemos bien-, que se han precipitado a ese destino fatídico de ideales, esfuerzos y anhelos echados al botadero.
¡Cuánta ironía, qué chasco! hojear el libro escrito por Norberto Odebrecht, de 500 páginas, un manual de cómo conducir bien una empresa: “Tecnología Empresarial Odebrecht. Sobrevivir, Crecer y Perpetuar”, cuya segunda edición en español (1994) la hemos conservado desde esa época, que privilegió a varios en las Escuelas de Negocios como fuente valiosa para la cátedra, en la orientación de principios que fundamenten la conducción de las organizaciones.
Analizar la obra y cotejarla con la realidad -que hoy nos duele-, es develar una anti profecía, una antípoda de lo que modeló su autor: “… mi experiencia se apoya en el sano espíritu de las Personas y en la correcta disposición de las mismas a unirse para producir riquezas morales y materiales”; y, en otro acápite, advierte: “Sin duda, el peor enemigo del empresario es el éxito fácil y coyuntural, pues embota el discernimiento de las Personas y las lleva a caer en la trampa del éxito” (Nótese que, intencionalmente, la palabra “persona”, siempre la inicia él con letra mayúscula).
Odebrecht vaticinó –trágicamente- lo que sucedería con su propia organización, con su mismo hijo, cuando el empacho de la razón los arrastró a la trampa de lo que se conoce y se pondera como “éxito”, de que esa tentación siniestra engendró una estructura sentenciada para corromperse y corromper.
Norberto O. escribió y perfeccionó con gran experiencia y erudición las paulatinas ediciones de su manual, pero jamás imaginó que su apellido, que el nombre de su empresa, se convertiría en sinónimo de corrupción y de oscuro ingenio que pudrió innumerables estratos de la sociedad que hoy, hipócritamente, escandalosamente, condena a las personas y a los hechos de los que, morbosamente, cuchichean tirios y troyanos.