Al margen de afinidades políticas o ideológicas, existen valores y principios sobre los que, universalmente, estamos todos de acuerdo, salvo para aquellas recalcitrantes tendencias donde el fin sí justifica los medios. Valores como la Libertad, la Justicia y la Verdad, principios como la Dignidad Humana, el Bien Común y la Solidaridad, es sencillo de asimilar; pero la Subsidiariedad -un tanto difícil, hasta de pronunciar-, es poco compresible y no fácil de explicar. Reflexionemos ahora sobre ello.
La humanidad marca dos evidentes sociedades: una, llamada “superior” y otra, conocida como “menor”. Quizás, la mayoría de quienes ojeamos estas columnas, los que pertenecemos a hogares donde se nos ‘donó’ –completamente gratis-, en mayor o menor proporción, la satisfacción de nuestras necesidades básicas: alimento, techo, educación, cálido cobijo y hasta amor, somos esa sociedad superior; mientras que una multitud de congéneres la pasan muy mal, un grupo de hiriente vulnerabilidad social, donde se vedó los privilegios antes mencionados, de forma congénita e injuriosa.
La subsidiariedad es la obligación moral de los miembros de la sociedad superior de “subsidiar” a los de la sociedad menor, de sosegar -o, mejor, liquidar- sus lacerantes ausencias; pero… ¿nos resulta fácil caer en cuenta de semejante escenario? Y, si nos percatamos de eso, ¿cuán pragmática es nuestra vida cotidiana en pro de la subsidiariedad?
Los privilegios de las sociedades superiores vienen desde las mismas cunas, desde la época feudal: ricas tierras, de progresivo valor pecuniario (plusvalía); grandes fortunas, heredables a través de generaciones; otras, la mayoría, amasadas de forma poca clara; ingente dinero conseguido, en no pocos casos, al estar asidos a los poderes de turno: ayer, los conquistadores, hoy, los vencedores de contiendas de diversa índole –hasta electorales-, intermediarios oscuros de negocios petroleros, chulqueros y prestamistas de bajo instinto, y una serie de grupúsculos con análogas características.
Algunos gobiernos socaparon perversas sociedades superiores: por su potestad económica, por las “colaboraciones” para llegar al sillón presidencial, por la ostentación de otro tipo de poderes, por los “compromisos” a cambio de apoyo, trueques por intereses inicuos, etc.
Alarmante, miedoso, es mirar cómo, de forma violenta, insidiosa, esas sociedades superiores, esos grupos de poder, a los que alguien conculcó prebendas y “beneficios” pretendan ser intocables, sin pensar lo trascendente que es para las sociedades menores, y para la humanidad entera, ceder un poquito de tanta abundancia; inclusive, para aquietar sus conciencias encallecidas en medio de la opulencia, la soberbia, el desprecio por quienes osan contradecir sus berrinches.