Dicen que costumbre fue en cierta época -actualmente no lo hemos visto- que para algún velorio se contrataba, pagándoles en proporción a lo actuado, a mujeres que iban a llorar, gemir, quejarse, suspirar vigorosamente y, sobretodo, acrecentar la tristeza y dolor de quienes rodeaban al ataúd. A ellas se les calificó como “plañideras”, harto conocidas, como extrañas sus labores.
Lo que sí vemos hoy a través de las redes sociales y de otros medios, que existe, de un tiempo acá, la versión moderna, el “up grade” de esas plañideras de antaño. Son esos personajes que entre varias de sus afectadas actuaciones escandalizan, con insistencia cargante, una y otra vez, con que el “Ecuador está en crisis”. Estamos de acuerdo con ellas. ¡Claro que Ecuador está en crisis! En una crisis profunda y, al parecer, crónica… pero no de la que aseveran esas plañideras, sino en otro tipo de crisis, más de fondo que de forma, como veremos:
Hay crisis de liderazgo, en especial, en lo político. En los últimos años -les guste a unos y les duela a otros-, solo emergió un líder. Sutil evidencia: ¿a cuál de los numerosos precandidatos que vemos para las próximas elecciones, a uno solo de ellos, lo podemos calificar como un auténtico líder? Quizás… ¿caudillo –o más bien, cacique- de su micro feudo o grupúsculo? pero sin impacto significativo en su localidad, peor aún, a nivel nacional. ¿Qué pasó con tanto joven entusiasta y prometedor que animoso se inscribió en cierto grupo político y que, a la vuelta de la esquina, para las listas electoreras, fue reemplazado por nombres de relumbrón, “outsiders” o, peor aún, por esos que pusieron más dinero?
¡Crisis de idealismo! ¿Qué es idealismo? ¿Es necesaria una ideología? ¿Para qué sirve? ¿Hacen falta ideales? Es que, a las claras, se ve que a mucha gente ahora le gusta más la “ideología” de la plata, de su propia comodidad y de su bienestar, son esos “entontecidos por el dinero”; seres siniestros que sirven a dios y al diablo: ayer con la izquierda, hoy con la derecha, se van con el mejor postor, donde convenga a sus intereses, solo protagonismo y veleidad a raudales.
Crisis de unidad, pero de esa legítima y férrea, no de aquella arreglada entre gallos y medianoche, en tiempo récord, donde se pretende mezclar el agua con el aceite, desafiando las leyes de la naturaleza, que ofende la inteligencia y al sentido común, que se desmorona -cual castillo de naipes- cuando emergen las ambiciones personales, el ansia de figurar y la soberbia camuflada bajo rimbombantes epítetos de “libertad” y “democracia”.
La crisis mayor: ¡crisis de valores! No, no de los del Banco Central. Valores como lealtad, respeto, transparencia, sinceridad, servicio. Terminología que solo parece existir en el diccionario, abstracta, lejana, desterrada de la práctica cotidiana.