La arena política, otra vez más, levanta polvareda en el prolegómeno de las elecciones. Más que arena, evoca el escenario de un circo: multiplicidad de actores, sorprendentes acrobacias politiqueras y no pocos actos que provocan hilaridad; banderas multicolores de numerosos movimientos aparecen cual destellos tenues que se eclipsarán luego de febrero de 2017.
Tirios y troyanos aparentan unirse hoy entre mojigatos abrazos, sonrisas forzadas y un gran ruido. Ese runrún proselitista se lo percibe negativo, pesimista, desesperanzador y, en no pocas ocasiones, hasta violento. Unidos algunos dicen que están… pero no se han agrupado alrededor de planes o programas, no se aglutinan por objetivos, peor aún, por ideales ¡de patria! Están apiñados en contra de alguien, en contra de algo. Dados el carácter y raíz de tal “unión” se la descubre oscura, insólita y harto deleznable; ¿cómo, de tan raquítica argamasa, se podría esperar algo bueno y constructivo?
“Sin fuerza no hay virtud y sin virtud perece la República”. Frase de nuestro libertador Simón Bolívar. Si la unión hace la fuerza y lo que se percibe es desunión, entonces no hay fuerza, ¡peor virtud! Solo escuchamos lo negativo de otros y nada de lo positivo de quienes se auto promocionan como candidatos o pre candidatos; somos, más bien, testigos de la demostración más clara de politiquería: “hacer política de intrigas y bajezas”.
La ciudadanía ansía clamorosa, de los candidatos y de sus voceros, que precisen sus campos prioritarios de acción, en los que exhiban –eso sí- cifras y datos de partida, planes con tareas concretas, plazos de cumplimiento, nombres de sus expertos y de los equipos en aquellos ámbitos; indicadores, sobre todo, cualitativos, con los que objetivamente podríamos más tarde evaluar su gestión; que con base en ellos nos rindan cuentas y no a través de discursos altisonantes y pendencieros, sino con claros y precisos resultados, comparativos del “antes y después”, con números verificables y auditables.
Temas sobre los que añoramos escuchar sus planes (insistimos, con cifras y datos): educación, salud, seguridad, obra pública, energías alternativas, comunicaciones, política petrolera, política pública, acciones para los más necesitados y tantos otros asuntos. Les faltaría tiempo para concretarlos, tiempo que lo derrochan y nos hacen perder el nuestro, al esforzarnos por descubrir algo de condumio y contenido –rescatable- de sus intervenciones.
Escenario político ecuatoriano: ¿fanesca y cargamontón? Ante tan funesto circo politiquero, se estremecen las tumbas de aquellos grandes filósofos como Platón, cuya aseveración de que la justicia es el fin tanto de la ética como de la política, al pretender un modelo ético de vida buena no se debería soslayar el ideal de estado político perfecto.