Sin irse por las ramas, el Acuerdo de Asociación Transpacífico, mejor conocido como TPP, que acaba de concluirse significa un cambio fundamental en el equilibrio no solo comercial del mundo. Con una Europa todavía lánguida tras la crisis griega y ahora bajo el peso económico que significan los refugiados; con un Oriente Medio al borde del caos por el Estado Islámico y la reducción de precios del crudo, el futuro está definitivamente en el Asia Pacífico. Pero estas consideraciones son apenas epidérmicas y geopolíticas de lo que significará el TPP.
La diferencia más importante de este Acuerdo es que sus compromisos son más fuertes que cualquier TLC, que no pasa de ser un contrato entre las partes. Para empezar, todos los firmantes del TPP necesariamente debían ser socios de la APEC (Foro de Cooperación Económica del Asia Pacífico). Y la razón principal de este requisito de entrada es una garantía de que los miembros TPP estén comprometidos con un manejo macroeconómico estable, léase en liberales reglas de juego (bajo déficit fiscal, tipo de cambio estable, no proteccionismo fuera de tono). Este requisito es tan importante, que Colombia no ha podido entrar ni siquiera al APEC. Su política es ligeramente más proteccionista que el resto de socios latinoamericanos y simplemente aún no ha pasado la prueba. Colombia lo entendió hace tiempo y, aunque ha estado haciendo cabildeo en este tema, sabe que tendrá que esperar a que el TPP entre en completa vigencia para ser considerada.
La otra gran diferencia es el carácter progresivo de esta unión. Si bien se reducen los requisitos de origen para partes y componentes nacionales en manufactura, la apuesta del TPP es crear cadenas de valor globales con líneas de producción ampliadas y compartidas entre los 12 países. De ahí que los requisitos de ingreso sean tan duros. Este solo elemento reduce significativamente la amenaza de pérdidas masivas de empleos en el área manufacturera, mientras amplía las posibilidades seguras de empleo en las áreas agrícolas y de agroindustria. Es más, el área de servicios e intercambio de expertos, profesionales y técnicos está incluida en el acuerdo, pensando siempre en la libre movilidad de mano de obra calificada para las cadenas de valor (hablando de sociedades ampliadas del conocimiento).
Uno de los puntos digno de mención (y esto es logro de Australia) es que solo se garantizan cinco años de exclusividad a las patentes farmacéuticas, después de los cuales la patente se libera para genéricos. Es una diferencia muy grande con los 12 años que requería EE.UU. en sus TLC.
La parte final y no menos importante: el TPP se convierte en un escudo de defensa contra China, acostumbrada a llevarse todas las cadenas manufactureras vía ‘dumping’ laboral, económico y ambiental.
El TPP apuesta a mejorar los estándares ambientales y laborales de sus cadenas de valor. Si solo la mitad de todo esto se cumple, pronto será mucho más costoso estar afuera del TPP que adentro.
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