El 20 de mayo de 2020, cuando la recesión y los recortes presupuestarios a las universidades movían a que cientos de jóvenes ecuatorianos salgan a protestar en las calles, con las consecuencias que eso podía tener para la propagación del covid-19, a mí se me ocurrió la mala idea de poner un tweet con el afán de llamar a la calma, diciendo que, hasta en Canadá -un país rico y sin problemas presupuestarios- hubo recortes presupuestarios en las universidades.Alguien llamado Andrés Araúz contestó enseguida diciendo que yo miento. No tenía el gusto de conocer a ese twittero, pero se me ocurrió contestar de buena fe: que si bien el gobierno canadiense extendió el seguro de desempleo a estudiantes universitarios en el verano y creó un fondo de investigación adicional sobre temas de covid-19, las universidades recortaron profesores, becas, personal. Lo vivía personalmente, no me lo habían contado. Pero esto no detuvo el ataque del personaje con notas de prensa sobre lo que yo mismo decía, pero sólo del lado de la expansión del gasto, no del lado del ajuste. Alguna de las gentiles personas que me siguen se le ocurrió decirle que era un troll correísta, porque sus ataques no tuvieron en aquella ocasión más de uno o dos likes. No podía imaginar siquiera que, en agosto de ese mismo año, estaría lanzando su candidatura presidencial, como académico y experto económico.
Estoy acostumbrada a los insultos en twitter o por correo, por aquello que escribo y por lo que no escribo. Lo que asusta -de nuevo- es que el partido de los “académicos” hable constantemente del odio u odiadores, en lugar de debatir los temas civilizadamente o -al menos- sin acusaciones.
Hay que reconocer que fue la década correísta que puso de moda esto de ser “académico” y por eso el membrete ahora abunda aunque el título ampuloso no se compadece con el verdadero significado: Aquél que estudia profunda y desapasionadamente los fenómenos sociales o naturales, sin prejuicios de por medio. Aquél que tiene más preguntas que respuestas sobre esos mismos fenómenos sociales, aquél que investiga y busca métodos para entender mejor la realidad. Aquél… que tiene más empatía por la realidad que por los dogmas, o los títulos, o los privilegios que eso conlleva. Nada de esto está presente en los “académicos” que gobernaron por 10 años y que ahora están próximos a ganar otra vez la Presidencia. No ha habido arrepentimiento, ni propósito de enmienda. Siguen insistiendo en la soberbia y el egotismo de pensar que siempre saben más que los demás desde sus títulos nobiliarios -perdón- quise decir, académicos- o que quienes los critican lo hacen por odio, no por una genuina preocupación por el futuro del país o, por un conocimiento tal vez un poco más elaborado que el suyo. Un poquito de humildad y apertura mejoraría significativamente la construcción de políticas públicas; éstas se enfocarían en resolver los problemas y no en demostrar quién tiene la razón.