‘La piedra de los días/ el sol es tiempo;/ el tiempo, sol de piedra;/ la piedra sangre”. A sus noventa años Tábara trabaja con igual pasión y frenesí que ayer. Cabello blanco, sonrisa blanca, cerebro y corazón en sus manos sabias. En su ciclo iniciante inaugura una galería de personajes del suburbio porteño. Ásperos y tiernos, desfilan La solterona, El mujeriego, Mujer arreglándose el cabello, Pichuza, Niños carboneros… La luz nocturna trama las figuras, a veces travesea o se escabulle, furtiva, detrás; siempre las engendra.
Luego explora temas y realizaciones plásticas, señal de su arte. Sino y signo de creadores condenados a buscar, nunca a hallar. Clausura y libertad. En 1955 viaja becado a España.
Privaciones y perplejidades. Trabajo incesante. De su paisajismo iniciado en su lugar de origen (lujuria de la selva y primigenias huellas de su rastreo en nuestras raíces americanas), en España pasa a ejecuciones oscilantes entre el abstracto y el informalismo.
Moreno Galván, Teixidor, Crilot y Círice celebran su obra y lo inscriben como uno de los artistas de la Escuela de Barcelona; enfatizan en su aporte de extraños y mágicos acentos americanos. Junto a su vida y su obra Tàpies, Cuixart, Saura, Millares, su amistad con el poeta Joan Brossa. En los setenta funda su Precolombinismo liberando vestigios de nuestras culturas madres y extrapolándolos a su soberbio lenguaje.
Conciliación del pasado con el presente. Fascinación y magia. Estructuras que dimanan poesía y símbolos ancestrales. Sacralización de mitologías y celebraciones inmemoriales.
Éxitos sucesivos en Europa. Premio Internacional de Pintura Abstracta convocado por Georges Kaspers; invitación de André Breton para representar a España en el Homenaje al Surrealismo, junto a Dalí, Granell y Miró; exposiciones colectivas con lo más notable de las artes visuales del mundo.
Y vienen los Pata Pata, cantera y divisa del maestro: el rumbo de la humanidad por los laberintos del tiempo. Pies y piernas de los cuales se vale su genio para erigir las más seductoras proposiciones visuales. Originalidad: descubrimiento y reconocimiento de lo ignorado. Memoria como posesión del fondo de un orden antiguo. Materia que gira: hélice de luz sobre sí misma. Sondeos en el espacio, texturas, cromáticas y estructuras. Obras colmadas de sentido. Signos y sortilegio. “El artista que América dio al mundo”, grabó Marta Traba.
Pies y piernas inmersos en nuevos esquemas morfológicos: árboles. Floreciendo de ellos o agazapándose en sus ramas y raíces. Poética fastuosa en la cual estallan colores, eludiendo figuraciones y erigiendo un emblemático telurismo. La aventura plástica de Tábara no terminará nunca: el tiempo asedia detrás, rendido. Mas su obra posee tales valores que es imposible no considerarla una de las más eminentes e irreemplazables del arte universal de su generación.
“Pleno sol/ la hora es transparente:/ vemos, si es invisible el pájaro, el color de su canto”.