A estas alturas, está clarísimo que Donald Trump superó con crisis el temor inspirado por la famosa novela de Richard Condon, “El candidato manchú”, sobre el político dominado por una poder extranjero, en plena Guerra Fría. El candidato infiltrado se volvió el presidente infiltrado y no se ha molestado siquiera en guardar las apariencias. Invitar al canciller ruso a la Oficina Oval y encima revelarle datos delicados de inteligencia no es maldad, es tontería. Estados Unidos se ha autoinfligido un daño inmenso al elegirlo, pero eso no es lo que debería preocupar al resto del mundo. No hay nada más peligroso que un líder ignorante, sin la mínima intención o capacidad para entender lógica simple, mucho menos los problemas que aquejan a la humanidad.
Su salida de los Acuerdos de París este 1 de junio confirmaron la dimensión de su ineptitud. No sólo que su discurso estuvo plagado de falsedades y tergiversaciones. Lo más escalofriante es que fue evidente que ni siquiera lo entendía. Insistió varias veces que los Acuerdos son draconianos y han impuesto condiciones durísimas para los estadounidenses que costarán millones de empleos, cuando al mismo tiempo decía que no son jurídicamente vinculantes, ni mandatorios.
Repetía contradicciones sin sentido, a veces en una misma frase. No puede ser mandatorio algo que no es jurídicamente vinculante. Pero, una vez más, cualquier problema de política pública parece ser mandarín avanzado para él. La salida de los acuerdos es una decisión política tan obtusa, que hasta su secretario de estado-Presidente de Exxon estuvo en desacuerdo.
EE.UU. terminará afectando el planeta porque quitará los pocos incentivos que empresas retrógradas como la de los Koch tenían para invertir en producción y energía limpia. Pero no todo está perdido. Hay un movimiento grande de inversionistas y estados de la unión comprometidos con el planeta y que ya han recibido ganancias sustanciales haciendo la conversión.
No obstante, lo más importante es que el resto del mundo no se sienta tentado a levantarse de la mesa y dejar al mundo sin acuerdo. Líderes mundiales que sí están conscientes del desastre mundial que puede significar no hacer nada –incluyendo China, India y la Unión Europea- deben estar conscientes que con Trump siempre es el juego de la gallina, es el juego del miedo y si ellos se dejan intimidar todos estaremos perdidos.
Su ineptitud ofrece una ventana de oportunidad: es el momento de que todos se unan para trabajar e incluso acelerar una agenda conjunta, dejando a un lado –por un tiempo- a Trump y los EE.UU. El juego disuasivo y la pérdida de influencia generará presión en el resto del establishment en Washington para un proceso que viaja lento, pero ya está en camino: el juicio político a Trump.
Serán cuatro años difíciles, pero también puede ser una ventana de oportunidad para acelerar algunos compromisos.