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Los economistas bien informados saben que el país está en serios aprietos. Cada mes al ministro de Finanzas le faltan USD 500 millones para pagar cuentas y pasar al siguiente mes. Las deudas internacionales siguen aumentando ya sea vías bonos u otra deuda con China. No ha llegado el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Para colmo, se acaba de presentar una Pro forma presupuestaria que no reduce casi nada el tamaño del Estado y los subsidios siguen intactos, aunque benefician básicamente a la clase media y alta.
La crisis económica sólo se ahonda, pero lo más desesperante es la falta de liderazgo y en el gabinete a nadie se le nota la urgencia. Esto ya dejó de ser un problema económico y se ha convertido en un problema político. El Presidente está bajando en las encuestas porque la economía no se reactiva. Es decir, se volvió un círculo vicioso del cual no vamos a salir a menos que el gobierno se de cuenta de que se está poniendo sus propias cascaritas. Analicen la década correísta. No fue casualidad que el apoyo presidencial a su líder empezó a bajar con la baja del petróleo y se desmoronó en el último año, justamente cuando la economía estuvo en su peor momento.
El altísimo apoyo popular a la gestión de Lenin Moreno durante el 2017 fue por cambiar el modelo autoritario y dar paso a la transición. En el 2018 los ciudadanos esperaban ya que empezara a reactivar la economía, pero no lo hizo. El correísmo le retó a sostener un gasto público irreal, so pena de condenarlo como neoliberal y Lenin cayó en la trampa y ha sido incapaz de organizarse alrededor de un acuerdo para salir de la crisis, como lo hizo Clemente Yerovi Indaburu en 1963.
A estas alturas, es imposible que Ecuador salga de la crisis sin sacrificios. Si seríamos mínimamente sensibles, los empresarios haciendo inversiones y creando empleo, aunque todos los indicadores de confianza estén en contra; las clases medias deberían dejar de tener al estado como rehén. Porque reconozcámoslo, la década correísta a quien más benefició fue a la clase media no a los más pobres: desde abundante empleo estatal con salarios irreales para el país, pasando por consultorías carísimas e innecesarias, excesivo número de becas al exterior, incluso para quienes podían pagarlas ó conseguir otras, subsidios de gas y gasolina para sus casas y automóviles (siempre más de uno) y otros lujos. Ahora nadie quiere ceder un milímetro de lo logrado durante la era de los espejismos. Cuán egoísta es demandar beneficios sin darse cuenta que salud y educación, trabajo para los más pobres y vulnerables están sobre el tapete. Si Ecuador ha de salir de la crisis, necesita un presidente capaz de tomar decisiones difíciles y a la vez de lograr un acuerdo mínimo, que necesariamente demandará sacrificios, al menos de los dos quintiles más pudientes de la población. Cualquier otra cosa, será sólo rebalsar por inercia hasta el 2021 y todos estaremos peor.