Siempre es importante recordar aquella expresión de la campaña electoral de Bill Clinton en 1992: “es la economía estúpido”. En países como el Ecuador, acosado por dos bandos que simulan ser de luchas entre liberales y conservadores; contrapuestos e irreconciliables aporta la referencia. Se trata de la extrema derecha y su versión en la izquierda, pero. ¿qué importante y real es la diferencia? No se trata de las luchas por la separación de ente el Estado y la Iglesia Católica; tampoco entre comunistas, por un lado, y socialdemócratas sumados a demócratas cristianos durante la Guerra Fría por el otro. En el caso actual son simplemente dos “gatopardos “con distinto maquillaje para disimular el mismo pelaje. El interés es captar el poder y pretender que sea absoluto. La equidad y la igualdad vienen por añadidura y para el vecindario según la talla que escojan los asesores y los gurús con solventes honorarios. En el caso ecuatoriano, uno de los extremos aspira a que el Estado concentre y lo resuelva todo; en el otro, las soluciones históricas se alcanzarán mediante mega programas de liberalismo económico. No hay centro y por tanto el equilibrio de gestión es una excepción como le llegó a Sebastián Piñera, después de la crisis. Por eso, para esas sectas – de izquierda y de derecha- fuera de sus iglesias solo hay infieles, y apostatas.
De uno y otro lado han logrado algunos éxitos y fracasos. Los de izquierda terminaron a la orilla de la historia como en Venezuela, Nicaragua y Bolivia. En el caso de Ecuador, hay que acudir a la liturgia y reconocer que se salvó por milagro. El pueblo en un estado de estupor aprendió que el sueño marxista o el americano de la mejor vida son una cruel ilusión. Solo fue válido para quienes disfrutaron de Odebrecht o los beneficiados por aquel Tribunal Supremo Electoral que dio un golpe de estado y convocó a una “Hoguera Bárbara” en Montecristi. Por eso, para rematar el desconcierto han decidido en un acto de hipocresía extrema culpar a la política. Una generalización perversa que recuerda la higiene de Pilatos al lavarse las manos y crucificar al primero que pase.
Esta fobia contra la política y los políticos predomina en círculos que deambulan en la escena electoral y carecen de nociones de antropología sobre el hombre y la sociedad. Confunden la política con toda actividad pública. Sus medios de acceso pueden ser éticos o no: elecciones libres, fraude, o dictadura con un objetivo: la acumulación y goce del poder. En consecuencia, el problema no es la política. Por eso, cuando se hable contra esa actividad , hay que recordar al pastor luterano Martin Niemöller: “Primero vinieron por los socialistas, y no dije nada, porque no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y no dije nada, /porque no era sindicalista. /Luego vinieron por los judíos, y no dije nada, / porque no era judío. Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí.”