El día después

Hoy, el día después de un hecho determinante, muchos nos preguntaremos nuevamente si existe alguna posibilidad de construir un proyecto de país, un proyecto en el que los que piensan distinto no sean tratados como enemigos a vencer, en el que aceptemos que hay muchas cosas, muchas más de las que nos gustaría, que están mal, que no se puede construir una sociedad basada en imposición de visiones únicas del mundo, de la moral, la estética o la política. Tampoco podremos tener un proyecto viable de sociedad sin reconocer que la exclusión, la discriminación, la distinción son una marca inaceptable de nuestra sociedad, que es urgente tomar medidas que contribuyan a superar la situación de pobreza en que viven millones y asumamos que no es posible seguir adelante dejando atrás a muchos; pero que tampoco se pude ahogar a quienes asumen riesgos, tienen iniciativas, emprenden.

Las respuestas extremas son peligrosas; los fundamentalismos, esas ideas según las cuales todo se puede reducir a un solo valor o fundamento moral, llevan a sociedades autoritarias que niegan la pluralidad existente en su seno; que imponen o visiones colectivistas o extremadamente individualistas, sin asumir que cada uno de nosotros es importante como individuo, pero que no somos nada sin la comunidad, sin el grupo.

Las respuestas basadas en absolutos, aquellas que nos dicen que lo que viene está escrito, que el grupo nos condiciona, nos quitan peso de encima, disminuyen la incertidumbre; esas visiones lineales del devenir humano nos hacen creer que ciertos futuros son inevitables y hacen que, de alguna forma, nos sintamos aliviados; el devenir humano está marcado. Del otro lado está la lógica del “hecho a sí mismo”, de la voluntad depende todo: solo es cuestión de dedicación, empeño y esfuerzo y recibiremos lo que merecemos porque dependemos de nuestros méritos, de nuestra iniciativa. Esa lógica oculta el hecho de que el azar tiene un papel fundamental en la vida: nacer en un hogar con más o menos posibilidades, contar con acceso a mejor educación, alimentación, salud, recursos, nos pone en posición de indiscutible ventaja; los privilegios hacen la diferencia. Todos conocemos personas brillantes, con capacidades excepcionales, que no tuvieron acceso a medios que las potencien, no contaron con las condiciones para explotar los dones que recibieron. No todo es voluntad, no todo es suerte, dependemos en mucho del esfuerzo, del trabajo, de la iniciativa; por eso hoy, en el día después, debemos defender que la única forma de construir un proyecto de mañana, un proyecto común de largo plazo depende de incluir, no de excluir, depende de abandonar la venganza disfrazada de justicia, las visiones reduccionistas del individuo y de la sociedad y aceptar que tenemos un destino común, que requiere de respeto a las diferencias, a las personas, a sus derechos, sus libertades, y un compromiso irreductible por no dejar a nadie atrás. Sin importar quien ganó, la sociedad sigue teniendo voz, no dejemos que la callen.

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