La Universidad de Salamanca data del 1218. La historia de profesores célebres que han pasado por allí es más que profusa. Ente estos personajes está Francisco de Vitoria, el “inventor” del Derecho Internacional. La leyenda de su muerte es preciosa. Cuando estaba enfermo y cerca de morir, en el agosto de 1546, estaba encamado en el maravilloso convento de San Esteban. Este edificio está muy cerca del castillo de la Universidad, pero entre ambos lugares había una quebrada (actualmente hay un relleno). Tan amado era el profesor y los estudiantes tan sedientos de escucharlo y aprovechar sus últimas palabras en vivo, que decidieron ir al convento, cargar su cama a través de la quebrada y llevarlo en la Universidad para que dicte acostado sus últimas lecciones.
No era para menos, el hombre había resuelto uno de los principales cuestionamientos jurídico-morales de su época. Los Reyes Católicos, tras haber descubierto América, no sabían qué tratamiento jurídico darle. ¿A quién pertenecía la tierra? ¿Qué derechos tenían los aborígenes sobre ella? Encargaron a los sabios de mejor universidad del Reino para que traten la materia.
La síntesis de la respuesta del profesor quedó grabada para el resto de la historia. “Totus orbis, qui aliquo modo est una república.” Toda la Tierra es de cierto modo una república. Dicho de otro modo, la Tierra pertenece a todos. ¡Esto implicaba reconocer derechos y legitimidad a quienes ya estaban poblando América! Esta doctrina – muy atacada por los conquistadores que querían servirse ilimitadamente de lo descubierto – sirvió de base para la formulación de los derechos humanos que ocurriría dos siglos más tarde.
¡¿Y Pepe Le Pew?! ¿Qué tiene que ver? Cada generación tiene graves cuestionamientos morales. Recientemente el Internet se incendió con la figura de Pepe Le Pew (el dibujo animado, inapropiado para niños, que busca a la fuerza – léase acosa – a una gata).
Se le “canceló”; la penalidad prevista por la Cultura de la Cancelación, que tanto debate genera ahora. Sin embargo, debemos que alegrarnos que incontables otras obras como Lolita de Nabokov o Flatland no hayan pasado todavía por esa lupa.
Pero, aquí esta lo grave, el postmodernismo y su catastrófico enfoque de que la verdad depende de la perspectiva, está instalado en el núcleo de la cultura contemporánea. El resultado: el internet no es un área de deliberación sobre lo que es ético y correcto, no; es un ring donde hay una cacofonía de insultos, donde cada postura declama su verdad de manera altisonante e inquebrantable. Y a ese fango se les ha llevado a las universidades y a los especialistas. Así, nuestros grandes dilemas morales no están siendo tratados por las instituciones previstas para ello. Caen desgraciadamente en la Torre de Babel que es el internet y el postmodernismo.