Les cuento una anécdota triste, muy triste, pero que resultó divertida. Había un universitario que quería apoyar al país, invertir su tiempo en el bienestar colectivo. Hace meses me pidió consejos y le expuse – de la manera más objetiva que me fue posible – las opciones de partidos disponibles – con sus pros y contras – para que él escoja cuál le convenía. ¡Y se metió con gran entusiasmo!
Lo encontré esta semana, con una mirada pacífica y serena. No tenía estrés, como si estuviera volando mansamente por encima del incendiario contexto electoral. Antes impaciente e impulsivo, ahora tranquilo e imperturbable. “Me quiero ir a vivir al bosque del Pichincha, con animales, y meditar. He encontrado mi paz.” Le pregunté a qué se debían esas resoluciones. “Seis meses de política ecuatoriana, ahora quiero dedicarme al yoga.”
En el budismo hay el complejo concepto del samsara (no confundir con otras versiones, hinduistas, janinistas, etc.) que – simplificándolo en exceso – son ciclos de vida y sufrimiento propios de la existencia material. Mediante la meditación, practicas espirituales y el karma, el ser se libera del samsara y llega al nirvana (una sublimación del espíritu). Yo veía a mi amigo sublimado, cruzó el infierno de la política ecuatoriana y salió renacido. No tuvo que irse al Tíbet, o hacer una larga peregrinación, ni reencarnarse múltiples veces. La porquería del sistema ecuatoriano fue más que suficiente.
Dos conclusiones. Quienes quieran el nirvana deben meterse a la política local. No como un proyecto de vida, sino como un proyecto de sufrimiento. Por supuesto, ojalá – de paso – van renovando la clase política (que hartamente necesita airearse). Segundo, el sistema naturalmente expulsa a la gente buena, solo los torcidos se quedan. Es como un fango, resulta que hay personas que cómodamente se quedan en él.
Pero, esto es lo peor, no es necesario meterse en la política para sentir el samsara. La política ha engullido la realidad nacional. La vida de este país orbita en torno a la política. El protagonista del Ecuador no es la sociedad – y su creatividad, su cultura, sus empresas, etc. – no, es el Presidente, los asambleístas, los candidatos. Más importantes que ser ciudadanos, somos electores.
En absoluto abogo por la apatía política. Pero la democracia es la convivencia entre extraños. Y, nuestro enfoque es que esa convivencia es como ir a un espectáculo de box; unos dándose de golpes mientras el resto aplaudimos. Hay otra posibilidad, que la vida en común sea agradable, que se trate de una pambamesa festiva, donde ocurre que unos tienen el mero rol de organizadores. Ojalá algún día llegue ese cambio de perspectiva, para que nos dejen las ganas de ir a vivir al bosque del Pichincha.