El panorama electoral ecuatoriano es profundamente triste. Y es triste porque es un reflejo perfecto de los peores defectos de la sociedad ecuatoriana: atomización, división, amiguismo, arribismo, pero sobre todo egoísmo. Primero, repetimos líderes-base de partido o dueños de partido sin proceso de por medio. Y segundo, ningún binomio tendió la mano a alguien que represente -o al menos simbolice- una visión distinta, que de la imagen de ‘consensuar’ una visión más amplia a los problemas nacionales. El mejor ejemplo es el Presidente-candidato, quien escogió alguien de su círculo concéntrico más íntimo. Los demás –con excepción del intento fallido de Guillermo Lasso con Auki Tituaña- siguieron el mismo andarivel.
Lo único claro es que Ecuador sigue sin tener proceso político, es decir, gente participando permanentemente desde la base en construir una visión de país, donde todos estén dispuestos a escuchar y, por supuesto, a ceder. Se dirá que el plan de Alianza País –donde el gobierno dice que participaron más de 4 000 personas- es un ejemplo de lo contrario. Pero cómo probarlo, cómo pensar que es inclusivo si cada vez que uno quiere indagar más recibe un portazo en la cara y, en el peor de los casos, una embestida sabatina o judicial. Las preguntas quedaron eliminadas por decreto. Y todos se escuchan solo a sí mismos o entre sus ‘afines’. La política real, la de la lucha de ideas, queda condenada –una vez más- al baúl de las utopías. Solo hay personajes que se creen ungidos para la Presidencia de un solo toque.
Nadie entendió el momento por el que vive el país, donde el problema no es Rafael Correa, sino la incapacidad de todos de construir un proyecto nacional y de negociar las diferencias en lugar de imponer su propio criterio. El proyecto nacional no existe, como no existe tampoco un consenso mínimo ni siquiera sobre principios como la libertad, donde nadie tenga temor a decir lo que piensa sin ser apresado, donde los periódicos duden con cada publicación por juicios o humillaciones, donde incluso los banqueros puedan escribir cartas sin ser multados por decir lo que piensan, donde los pobres sean tratados como ciudadanos y fuerza productiva y no como mendigos receptores de bonos, donde el estado libere al país gastando en libros y bibliotecas, en lugar de esclavizarlo con cadenas y propagandas.
Mientras esto no cambie y no haya un proceso político con partidos deliberantes y amplios y no mesías con partido, nada pasará. Seguirá siendo la política de “el que gana se lleva todo” y empezaremos a refundarlo cada vez que alguien nuevo gane las elecciones. Por lo pronto, todos sabemos cómo va a terminar esta elección. Sería mejor que los que realmente quieren luchar por un futuro empiecen dejando su egoísmo y construyendo partidos permanentes y deliberantes con políticos no con caudillos, desde ahora.