Seguir las elecciones en Estados Unidos se me volvió adictivo. Tal vez porque –a diferencia de lo que piensa el estadounidense promedio- no solamente está en juego la economía o la creación de empleo. El problema de fondo bien puede ser la paz mundial. Y me explico: estamos ante el candidato republicano más escurridizo de la historia. Ha cambiado tantas veces de opinión, que sería imposible determinar con qué Mitt Romney uno está hablando. Es el típico príncipe dinástico, obsesionado con ganar el solio presidencial, para quien el fin justifica los medios. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que 17 de sus 23 asesores en política exterior fueron miembros del gabinete de halcones ultraconservadores de la era George W. Bush, pues ha dicho varias veces que se debe amenazar a Irán con el uso de la fuerza si es que continúa su programa de enriquecimiento nuclear. Si gana el partido republicano, nadie debería descartar una acción bélica contra Irán, con repercusiones mundiales. Especialmente si el premier israelí, Benjamín Netanyahu, sigue dictando su política exterior sobre este tema.
No obstante, los dos candidatos –Barack Obama incluido- demostraron el lunes una dramática condescendencia sobre el resto de países del mundo, en especial con Medio Oriente. Para ellos, Estados Unidos debe llevar la batuta cuando se trata de manejar el tipo de democracia que tienen los países y lo que debe pasar con su primavera árabe. Para ser honestos, por lo menos Obama tiene la visión de que cualquier intervención debe ser “coordinada con países aliados”, pero Romney ni siquiera eso. Lo ve como una forma de debilidad… Así que menos mal que no hablaron de América Latina. Los líderes latinoamericanos deberían estar agradecidos de haber desaparecido del radar del paternalismo estadounidense y su sed de control de una vez por todas. En manos de Mitt Romney, ¡no estaríamos reeditando la era de Reagan, sino la de Teddy Roosevelt!
Pero la realidad siempre termina imponiéndose. Las campañas presidenciales buscan presentar una imagen idealizada de un EE.UU. que ya no existe. La superpotencia es ya incapaz, por ejemplo, de ayudar a la Unión Europea en su crisis; incapaz ya de generar liderazgo y presión suficiente para la resolución comprensiva del problema israelo-palestino. Incapaz siquiera de garantizar que China no amenace con quebrar su economía el momento en que la Reserva Federal o los Estados Unidos quieran forzar una apreciación del renminbi. Sí, es verdad que Obama se quedó en la mitad de todo lo prometido y que además no cerró el centro de detenciones de Guantánamo y apostó por el ataque de drones antes que por la defensa de los derechos humanos, pero sigue teniendo mi voto y el de la mayoría del planeta (según reveló la encuestadora Gallup). Y hay una razón: un gobierno republicano puede una vez más ser una amenaza para la paz mundial.