Un país pequeño tiene dos maneras de perder soberanía. La primera es simple: ceder en todo a potencias extranjeras. La segunda es perder legitimidad internacional, respeto y buen nombre. El ahogamiento es menos evidente, pero con el tiempo se hace profundo.
El preámbulo es importante porque Ricardo Patiño acaba de cumplir dos años como Canciller. La verdad pensé que nunca escribiría estas líneas sobre este gobierno, pero decididamente el economista Patiño resultó ser mejor canciller que Patricio Zuquilanda en materia de política exterior. Ha sido el mejor para desinstitucionalizar aún más el ministerio y para eliminar de facto la carrera diplomática, pues ahora cualquier político puede ser funcionario, y porque ahora hay más personal político que los de carrera.
A Zuquilanda se le criticaba su poco sentido de país porque consultaba frecuentemente con la Embajada Americana. Ricardo Patiño lo ha superado largamente. Él consulta todos los días con su jefe de despacho que es nicaragüense, con su jefe de planificación que es español y, por supuesto, con su vicencanciller que es un uruguayo-nacionalizado. Sin ofender a Kintto que tiene una larga trayectoria en el país, pero eso no le hace un experto. (Aclaración: es positivo tener asesores internacionales y, los hay de izquierda, si es que esa sería su línea ¿Quién se opondría a que llegue Robert Cox, Perry Anderson o Tariq Ali? Pero este no es el caso y aún así no es común que asesores externos despachen en las cancillerías de los países).
A Zuquilanda le criticábamos su “síndrome de Estocolmo” o excesiva afinidad con el adversario en la mesa de negociaciones. Ahora, la falta de profesionalismo ha fulminado la capacidad de negociación ecuatoriana porque los pares con los que negocian saben bien que si son políticos improvisan y, que los de carrera son considerados momias cocteleras (el apelativo ha recorrido el mundo).
El resultado está a la vista en dos asuntos sustantivos. El primero, la negociación con la UE. El Canciller ha jugado a la gallina ciega con Europa sin decirle y francamente que nunca quiso cerrar esa negociación. Y esto no es de ahora, llevan cuatro años dando largas a todo, desde cartas que debían enviar, hasta visitas urgentes que debían hacer o respuestas que debían enviar. Más evidencias, imposible. Lo segundo: Zuquilanda mermó nuestra soberanía por “tratar de jugar en la grandes ligas” con EE.UU. Pero ahora hacemos lo mismo. Corremos a cumplir la orden de votación que dicta Venezuela. Libia y Siria –ahora con casi 6 000 muertos- son los ejemplos más dramáticos, y hasta ahora no sabemos cuál es nuestro interés nacional en votar contra nuestros principios.
En fin, el recuento es sólo para la memoria. Ni el Canciller reflexionará ni cambiará su rumbo. En este rumbo perderemos las pocas posibilidades de real soberanía y liderazgo en el largo plazo. ¿Qué paradoja, verdad?