Los acontecimientos del jueves nos dejan muchísimas lecciones. Hay cosas que han cambiado profundamente y hay otras que dejan la puerta abierta para un escenario peor, si decidimos no aprender las lecciones de la historia y no hacer comparaciones inútiles con Honduras o Venezuela. Primero, ya no somos el país de hace cinco años. Esta vez nadie abrió los micrófonos de radio o televisión para azuzar un golpe de Estado. Todos, incluyendo Jaime Nebot y tardíamente hasta los líderes de la oposición dieron todo su respaldo a la democracia y al Presidente. Ecuador no ha sido un país precisamente predecible en escenarios como estos, las reacciones populares a veces irrefrenables han llevado inevitablemente a caídas presidenciales abruptas, poco planificadas, irresponsables y bastante confusas. Todo parece indicar que -salvo algunos irresponsables de lado y lado que llamaron a la gente a las calles- el país ha madurado y no está dispuesto a empezar otra vez desde cero. Segundo, las Fuerzas Armadas no jugaron esta vez el papel de decisores de última instancia. Todo lo contrario, defendieron la institucionalidad y cumplieron la dramática tarea del rescate. Pero estos dos cambios sustantivos en la sociedad ecuatoriana impidieron la desestabilización.¿Entonces qué marchó mal? Creo que la primera respuesta y la más importante es el estilo de gobierno, no solo del presidente Correa y de sus ministros, sino de la bancada gobiernista. El estilo ya no es un asunto menor si esto se traduce en que la máxima autoridad del Estado vaya a un sitio conflictivo, poniendo en riesgo su vida y de paso la estabilidad democrática del país. Esto deja la mayor parte de responsabilidad sobre él mismo y, de paso, sobre su aparato de Inteligencia, que debe salvaguardar al Presidente, incluso de sí mismo. Lo segundo, gobernar es sobre todo educar y si alguien gobierna insultando a los demás y agrediéndolos verbalmente, la pedagogía es la violencia. El Ecuador ha sido un país de resistencia, a veces violenta de grupos de interés o de presión. El verdadero reto no está en reprimirlos, sino en hacerlos democráticos, pacíficos y pacifistas y proclives al diálogo.Esto me lleva a la última reflexión. Cuando alguien dialoga y, por lo tanto negocia, quiere ganar algo. Tener un poco de razón. No se puede obtener el 100% de la razón siempre, y esperar que todos se conformen. La volatilidad política en el Ecuador sigue siendo muy grande y la capacidad de la oposición política para procesar esa volatilidad es nula. Seguir hablando de conspiración y oposición así a secas -como siguiendo a Gramsci sin entenderlo- es en este momento absurdo y poco útil. Sería mucho mejor para el país ver un Gobierno reconociendo sus errores y emprendiendo un nuevo rumbo, antes que un Gobierno triunfalista y aún más autoritario. La principal lección de esta crisis es tender la mano, no cerrarla en puño.