La democracia, evidente, se sostiene por los mayorías. Aquel partido o movimiento con votación mayor será el que gobierno, el que ocupe el Parlamento. Así debe ser, pero siempre se corre el peligro de que solo se prioricen sus convicciones e intereses.
Aquello es conocido como “la tiranía de las mayorías“, cuando se ignora a las minorías y sus demandas. En la obnubilación que genera el poder casi absoluto, se niega cualquiera de sus postulados, sugerencias, recomendaciones.
“La voluntad de las mayorías es el origen de todos los poderes“, escribió el francés Alexis de Tocqueville, quien escribió quizá el mayor tratado sobre la democracia en Estados Unidos, en el siglo XIX. Sin embargo, veía un peligro: la mayoría impone su verdad sobre los demás.
Es gracias a las luchas sociales pero también a la viabilidad democrática que se han logrado más derechos para lo que se denominaban minorías, En el carácter imperfecto de la democracia, las minorías étnicas, sexuales o religiosas, por ejemplo, gozan de mayores derechos que en tiempos pasado.
La democracia es un bien que requiere también un espíritu democrático para que la representatividad del otro, del oponente e incluso del enemigo, tenga una existencia en la toma de decisiones. Son voces valiosas porque alertan sobre inconvenientes que promotores de leyes no ven.
Por eso, la conformación del Consejo de Administración Legislativa sin ningún aliado de la Función Ejecutiva puede convertirse en un problema para la convivencia democrática.
Además, constituye una negación a las millones de personas que votaron por el Gobierno actual y su cuerpo legislativo. No son mayoría, eso es cierto, como lo es también la inconformidad masiva con la gestión del presidente Guillermo Lasso. Pero eso no implica que se los silencie más allá del destino del Mandatario con el juicio político.
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