Estamos a la espera de la reapertura del Museo Nacional (ex Museo del Banco Central) desde hace una década. Es una deuda de Estado. Se han contratado varios equipos de especialistas que han propuesto –bien o mal- un nuevo museo. Los proyectos (si aún quedan) engrosan el sinnúmero de archivos inútiles en este país. Por ello, el taller convocado por el Ministerio de Cultura y Patrimonio, “Estrategias en uso: Museo Nacional.
Encuentro sobre historia, memoria, prácticas museológicas y educativas”, volvió a alborotar el gallinero. Las reflexiones que hicieran una de las ponentes, Lupe Álvarez, y su equipo, sobre su experiencia pionera en el Museo de Antropología y Arte Contemporáneo en Guayaquil, en la gestación de una ambiciosa muestra “Umbrales” (2004), visibilizó cuán importante resulta el rescate sostenido del camino recorrido. Un camino que apunta a la implementación de los principios de la nueva museología, es decir, tomar a las piezas como un punto de partida, no de llegada.
Una nueva museología que indaga en lo conceptual, que se eleva sobre el museo estético, estilístico o cronológico. Que discute, a través de los guiones establecidos, grandes problemáticas vividas por los habitantes de esta región, aunque esto suponga un serio cuestionamiento de las políticas actuales.
El museo es un espacio político y su condición de lugar “incómodo”, no sujeto a posiciones del gobierno de turno, debe primar ante todo. Como usuaria del nuevo Museo Nacional, quiero saber menos del Período Formativo o el de Integración en términos de fechas y “cosmovisiones” discursivas, y mucho más sobre el manejo del agua en esta culturas y cómo aquel ha evolucionado hasta la fecha. O…el valor del oro y los metales preciosos, desde su descubrimiento y uso corporal en la cultura tolita, la fundición en Cajamarca tras el “rescate” de Atahualpa y el valor de cambio en un mundo capitalista en el siglo XVI, la huaquería o saqueo de tumbas en los siglos XIX y XX y la configuración de museos; hasta las graves consecuencias de la minería en la actualidad.
No deseamos museos edulcorados que afinquen aún más la incapacidad de ser críticos; que nos lleven sala tras sala exclamando simplemente un “qué lindo”; que no apelen a nuestra condición presente. No quiero más museos etnográficos o interculturales que segmenten a las minoritarias poblaciones y que no incluyan a la dominante población blanco-mestiza y las relaciones desiguales y desequilibradas que aún mantienen nuestras sociedades. ¡No quiero más museos que encubran la realidad bajo la belleza de una pieza! Si este es el cometido de la nueva propuesta para el Museo Nacional, creo que la mayoría de expertos participantes del taller encontraremos finalmente una digna salida para esta deuda que no puede ni debe seguir pendiente.