De veras, ¿volver a la normalidad? ¿Es esto lo que realmente desearíamos tras “combatir” la pandemia? ¿Seguir creyendo en el excepcionalismo humano y su ilusoria centralidad tal como nos lo enseñaron los humanistas del Renacimiento y que con tanto “éxito” lo hemos llevado a cabo? ¿O es que de verdad estamos pudiendo integrar nuestra vulnerabilidad y temor con humildad de tal manera que cuando salgamos de ésta dejemos de ser ambiental y ecológicamente tan peligrosos? ¿Seremos capaces de dejar de culpar a la pobreza por el deterioro medioambiental y dar vuelta la tortilla e integrar los principios de la justicia ambiental proclamada en EE.UU. desde los años 80 que reconocía la intersección entre deterioro ambiental e inequidades sociales y económicas marcadas por raza y etnia, como nos recuerda el profesor José Castro Sotomayor, comunicador medio ambientalista?
Baste reconocer –desde nuestro cómodo confinamiento- la carencia de espacio verde y de espacios humanamente habitables para los “pobres” que nos rodean. Allí está el caso de Guayaquil, de sus guasmos, golpeándonos a diario, no para ocultarlo: políticos sinvergüenzas de turno, sino para construir una memoria pura y dura que nos obligue, desde casa, a cambiar nuestros modelos productivos y de ocio y crear una comunidad cívica que cuide de lo común. No estamos para volver a nada, es un momento excepcional para “parir una nueva época” al decir de la filósofa argentina Luciana Cadahia. El humano cazador desde ponerse en el lugar de lo cazado.
Es hora de transformarnos bio éticamente hablando, de reflexionar y girar nuestras formas de relacionamiento entre el mundo humano y el más-que-humano. Y para ello todos estos artículos, memes, lo que pretenden –creo- es tejer una nueva matriz de opinión que cuestiona sin tregua el satisfacer a como dé lugar nuestros deseos y necesidades, cada vez más voraces y procaces. Tampoco podemos quedarnos en la fascinación de ver ciertos animales ocupando los espacios que creíamos reservados a los humanos: el oso de anteojos o la escuela de cientos de delfines en las costas manabitas; otra vez, no podemos seguir siendo simples observadores…
La acción es fundamental. Por ello, no se trata de una revolución politiquera (baratija pasajera) sino ética en el más profundo sentido de la palabra. Y buscar culpables, como nos lo quieren vender los políticos del tipo que sean, no hace más que anidar ideas conspirativas, falsas y peligrosas. Y esto es lo último que necesitamos en este precioso -aunque sumamente doloroso- momento de la historia de la humanidad. El “hedonismo de masas”, que mencionara alguna vez Pasolini, la “soltería consumista”, decía, que daba cabida a pocos recursos íntimos, ahora, confinados, están aflorando. Volver a la “normalidad”, entonces, sería el desmantelamiento final de lo humano.