Una extraordinaria obra El Atlántico negro. Modernidad y doble conciencia (2014) de Paul Gilroy que interpela los Estudios Culturales y el Nacionalismo cultural y sus postulados sobre las diferencias étnicas inmutables y homogéneas, nos permite a los historiadores dar vuelta de ojos a las teorías del mestizaje y el hibridismo e incorporar con herramientas y métodos distintos, situaciones más equilibradas sobre otras modernidades diaspóricas.
Lo anterior nos anima a observar mundos étnicos cercanos a nuestra realidad Pacífica: lo chino, por ejemplo. La China hoy en día supone un espacio de intercambios económicos, políticos y académicos de primer orden con respecto a América Latina. Su historia anterior está ligada a la de los galeones de Manila que transportaron durante los siglos XVI al XIX objetos, administradores y religiosos, mano de obra, ideas, festividades, textos y demás. Las actuales poblaciones asiáticas radicadas en distintos momentos y por circunstancias diversas en Acapulco, Lima o San Francisco (EE.UU.), tienen diferentes formas de estar y de manifestarse con respecto a un espacio matriz (China) y cuya genérica denominación (lo “chino”) requiere ser observada cuidadosamente, si estamos conscientes que hasta el día de hoy lo chino abarca erróneamente lo filipino, lo coreano o lo japonés.
Los chinos en Perú o Ecuador de ciudadanía límbica hasta principios del XX, cuando finalmente se los legalizó, fueron considerados de segunda. Obreros ferrocarrileros, cocineros y empleadas domésticas poblaron nuestros pueblos. Probablemente sus formas de resistencia más evidentes fueran la cocina, la negación sistemática a hablar el idioma local o el bajo mestizaje biológico. El silencio auto impuesto supuso quizás otra forma de negar su servidumbre y subordinación. Y en este punto Gilroy nos invita -a través de su elección afortunada de analizar la voz de intelectuales negros como Du Bois o Richard Wright – a ver rasgos menos racializados en las políticas de exclusión y que piden a gritos el desbrozar una política anticolonial. Y así, estos autores a través de sus obras parecen interpelar la misma modernidad de Occidente. La creativa y aguda selección de fuentes y el modo de usar las mismas nos abre un mundo de posibilidades enormes para entrar en las realidades diaspóricas, de historias globales y conectadas que nos permitan ver más allá de los esencialismos racistas/étnicos que, propone, el autor, y que hablan más bien de clase, marginación y pobreza.
Al margen de la controversial minería china en Ecuador y la gigantesca deuda que nos aboca a una nueva dependencia; creo que es fundamental mirar de una manera más delicada y humana la historia de “lo chino” en nuestras tierras, conocerla mejor e incorporarla sin exclusiones ni suspicacias.