Muñecas
Querida niña: “no temas, no temas, tu madre se fue al cielito a comprar cerezas”. Y miras alrededor buscando alguna imagen donde tú, tu madre y tus hermanos se reconozcan. Mas han desaparecido todos; se ha borrado tu historia. En algún recóndito lugar hallas alguna que otra pista; despiertas a tus 10 años como “la huerfanita”, pero lo fuiste a los 3 y nadie te dijo que ella jamás volvería con el cesto lleno de frutos rojos a contarte historias y cantarte nanas. Ahora has crecido un poco más, atenta a tu nuevo rol de servicio. Llevas y traes la charola para otros; siempre callada y cabizbaja mientras las frágiles memorias se desvanecen sin piedad en medio de la violencia psicológica familiar. Y de repente abres los ojos al vacío de tus historias llenas de oscuridad y silencio. No te reconoces en nada, en nadie.
Tampoco me reconozco en los abusos de un tío a mis 11; ¿soy quizás una prostituta en potencia? Mientras crezco como tú, veo siempre miradas libidinosas a mi alrededor, manos que se mueven y me envuelven con triquiñuelas. Son hombres prestos al engaño y a tomar para si lo que desean porque sus impulsos animales de macho así lo justifican. Son patrones, padres, primos, que te fuerzan, que te seducen y cuando conoces tus derechos, igual al de ellos, te condenan por hechicera o cachonda. Y más adelante –no te pierdas- te censuran por valiente, por profesional, por ser madre y a la vez bruja; porque les pones un alto a sus repugnantes jueguitos de poder.
Y cuando ahora después de muchos años de construirnos y sabernos propias, nos entrevistan alegres y dicharacher@s sobre asuntos de género, como si estas teorías se hubiesen insuflado por obra y gracia de alguien, solo quieres llorar porque… no saben lo que dicen. Porque no saben cuánto cuesta hacerse mujer, aún cuando ambas, mi querida Janneth, tuvimos en el camino de la vida hombres de verdad: tiernos, compinches y amigos.
Y miro tu muñequita de trapo –que ahora es mía- de doble rostro, arrugado por las gotas de leche de tu hijo, cosida y remendada para salvar el dolor de las heridas; la miro como un recuerdo presente de las decenas de caras que hemos debido mostrar, escindidas entre múltiples roles a cumplir y a la vez que renunciar. Y ambas fabricamos nuestras frágiles memorias, tú desde tu arte buscando dejar en él materiales orgánicos llenos de sudor y afectos; yo, desde la historia, hurgando en los modelos del poder detrás de las imágenes, de los habitáculos y los espacios. Y en el coser, pegar, enseñar, redactar y editar, escribir como nos venga en gana el diario de nuestras vidas, iremos sumando al camino de otras mujeres que buscan ser libres.
(A Janneth Méndez y a todas las artistas y escritoras maravillosas que se cruzaron en mi vida).