En el Ecuador existen algunos museos sobre mujeres. Todos tienen que ver con la vida de las religiosas en sus monasterios de clausura; todos, de alguna manera imprimen una nota de fidelidad hacia la religión católica; son conservadores, históricos y patrimonialistas. Sus entornos arquitectónicos son bellísimos y nos recuerdan su presencia en las urbes coloniales. Son lugares para contemplar y admirar una obra, un espacio, una huerta. Sin embargo, están montados con un discurso lineal y sesgado que no permite al espectador contemporáneo ver más allá de la “impecabilidad incuestionable” de la labor eclesial a través de imágenes y textos. Estoy segura de que se podrían transformar los guiones museológicos para enriquecerlos, dejándonos conocer sus diferentes poblaciones, además de las mismas monjas, las esclavas, donadas o recogidas que vivieron y trabajaron en estos; las mujeres viudas o separadas que se acogieron a su amparo temporalmente; la formación que recibieron. Las nuevas monjas a partir del Concilio Vaticano II por la década de 1960, una población social distinta, más recogida y más vulnerable a los vaivenes de la política y la economía locales. ¿Qué les lleva hoy a optar por una vida de contemplación y oración?
Podríamos conocer, por ejemplo, que estos cenobios fueron verdaderos impulsores de la economía al convertirse en prestamistas de interesantes sumas que permitían mover y ampliar propiedades privadas, una especie de banca pre-moderna. Quizás sea interesante debatir sobre el poder de monjas y mujeres habitantes de estos lugares en torno a su incidencia en las elecciones de figuras del poder masculino. O…sobre su participación en la historia fabril como parte de sus genealogías de vida en las que muchos de los productos realizados fueron exportados. Se podría recuperar su historia como parte de la terratenencia de este país; muchos monasterios –salvo los de carmelitas descalzas- contaron hasta las reformas liberales de 1900, con más de una decena de haciendas y hatos, indígenas incluidos. Estos lugares son ideales para debatir y cuestionar la vida de mujeres desde diferentes ópticas. Es un derecho como mujeres reconocerla.
Lamentablemente estos, auspiciados por las propias instituciones nacionales de cultura, las curias de las ciudades de su jurisdicción, las mismas monjas y los gestores/administradores de los museos, no han sabido propiciar un diálogo multidisciplinar refrescado, desde la teología y sus prácticas hasta las operaciones financieras a las que se deben y debieron entonces. Quizás por ello, simplemente sobreviven pobres, como hermanitas menores de los museos religiosos masculinos. Un poco en el limbo, otro poco en el olvido o el desinterés. La pandemia ha recrudecido su situación; a punto de cerrar: el Museo de las Conceptas de Cuenca.