No son actos sin precedentes; tumbar o “profanar” esculturas y monumentos ha sido parte de la historia de la humanidad. Si no, recordemos a los iconoclastas protestantes que literalmente descabezaron santos y santas católicas durante la Reforma europea. Sin ir tan lejos, movidos por la necesidad de “extirpar idolatrías” indígenas, curas y militares españoles y portugueses destrozaron muchos lugares e imágenes de comunidades americanas oriundas, donde creían pervivían aún los demonios. Dos caras de una misma moneda.
Una nueva revolución iconoclasta visibiliza en la actualidad, demandas, interrogantes, debates, resignificaciones de monumentos, nombres de calles y plazas, que han permanecido como símbolos de identidad de una población, encubriendo tras si la sacralización de un poder naturalizado que esconde atroces historias de esclavitud, machismo u homofobia. El 11 de junio el famoso comerciante de esclavos del XVII, Edward Colston, fue derribado por manifestantes y lanzado al agua en el Puerto de Bristol, Inglaterra. En Richmond, Virginia, igual, se elimina la estatua de JEB Stuart; aobre Robert Lee un artista proyecta la imagen de Arthur Ashe, el tenista afroamericano más aclamado de los años 70, discriminado por su raza y la enfermedad del SIDA. Boston quita de la vista pública un monumento de un esclavo liberado hincado ante el presidente Lincoln.
Pero hay más, y de aquello que nos toca de cerca. Se derriban muchos Cristóbales Colones y la caterva de conquistadores “espirituales” que como San Junípero Serra, en San Francisco, asesinó a miles de indígenas. Irónicamente, fue canonizado por el Papa Francisco en el 2017 y se le considera como el fundador del estado de California. Dos caras de una misma moneda…
Hace ya años el artista paraguayo Carlos Colombino troceó la tumbada escultura de Alfredo Stroessner y así -en piezas- la puso entre dos bloques de cemento para que este y otros dictadores no resurgieran. Sigue junto al Palacio de gobierno en Asunción. Pero ésta fue hecha papilla y, qué de las múltiples de esculturas que la turba o la oficialidad baja o pinta, como los 300 a 400 Leopoldos II en Bélgica, autor de millones de muertes y mutilaciones en el Congo. ¿Serán trasladados al Museo Real de Africa Central en Tervuren (Bélgica) a modo de cementerios leopoldinos? ¿Cómo harán sus directivos para no rendirles culto nuevamente y mostrar su historia de cabo a rabo, incluidas las cicatrices de la actual furia de manifestantes?
¿Cuánto tardaremos en cuestionar y castigar a nuestros propios verdugos? Un joven profana recién el monumento de Abdón Calderón en Cuenca, lo hace aludiendo al cruento capitalismo, patético en esta crisis sanitaria. En Quito Benalcázar sigue mirándonos egregio e imperial, con casa y plaza propias…