¿Y la sociedad civil?

Ha advertido usted, lector, que, de un tiempo a esta parte, aquello de la “sociedad civil”, que fue el comodín de todo foro, argumento del debate y nota dominante en tantos libros y entrevistas, ha desaparecido del vocabulario de académicos y de gente que presume de culta, como del habla hombre común, que apelaba también a ese argumento? De pronto, la “sociedad civil” se ha transformado en la gran ausente. Y lo curioso es que muchos de los que propiciaron la opinión y la discusión a partir de su romántico concepto, ahora ni la recuerdan. ¿Qué pasó?

Pasó lo que era probable: que a la sociedad civil se la entendió como argumento político para construir un Estado grande. Y nunca se la vio, sinceramente, desde la perspectiva del “otro yo de la política”, del espacio del individuo para crecer, de la familia para vivir y de la cultura para crear. No se la vio como la generadora legítima de costumbre, de opinión, de valores. Me temo que nunca se asoció con suficiente fuerza su concepto con lo fundamental: las libertades.

El problema va más allá de la curiosidad intelectual en torno al destino del concepto de “sociedad civil”. El tema alude a una realidad innegable: hay países con estructuras débiles e instituciones precarias, con poca o ninguna memoria histórica, en los que la política invade todo, copa espacios desde el recurrente asunto de las elecciones y de la acción de los gobiernos. Y en esto, la propaganda es un agente poderoso que construye un nuevo imaginario, una distinta visión, ya no desde los ciudadanos, ya no desde la escuela o la universidad, sino desde la perspectiva gubernamental. Lo grave es que lo hace en forma excluyente, con visos de verdad absoluta, de tesis indiscutible. Y la sociedad civil se transforma en lo que ahora es: un pasivo receptor.

El tema es significativo, al menos para mí, porque cultura, costumbres, tradiciones, procesos sociales y modos de vivir; religión, moral y diversión, son tareas que, con notables excepciones –los socialismos de todos los colores-, han nacido, prosperado, decaído y renacido, desde la sociedad, desde la familia, la escuela, la universidad, la cátedra, el libro o la película. Son patrimonio de los individuos, espacio de las personas. De allí la virtud de la creatividad y el secreto de la diversidad porque los actores, los creadores, y hasta los destructores, son muchos y son libres.

El tema es importante, porque cuando hay “sociedad civil” las libertades trascienden del concepto de concesiones del Estado, y se las entiende entonces como potestades personales, atributos íntimos, sin los cuales las sociedades se vuelven uniformes y domesticadas, y los ciudadanos buenos y satisfechos consumistas.

¿Será necesario volver a aquello de la “sociedad civil”?