Este hotel se levantó en lo que antes fue una cantera. Se construyó en minga, con piedra y adobe. Fotos: Galo Paguay / EL COMERCIO
En medio de 40 hectáreas de bosque se construyó el lugar perfecto para desconectarse de la ciudad. Construida a mano y en mingas, con adobe y piedras de la zona, la hacienda Rumiloma cuenta a sus visitantes muchas historias gracias a las antigüedades que guarda y que conforman cada espacio como parte del mobiliario y de la decoración.
Entre un ambiente elegante y rústico, este hotel y restaurante -ubicado a cinco minutos de Quito, por el lado occidental- abrió sus puertas en el 2006 de la mano de una familia ecuatoriana y de una mujer estadounidense.
Al ingresar, los visitantes sienten aquella desconexión que promete el lugar. Grandes árboles y montañas ‘abrazan’ a esta construcción que tiene ladrillos de la zona, madera de eucalipto y paja.
Los espacios tienen plantas autóctonas. Una colección de antigüedades es parte del mobiliario. La vista de la ciudad es parte del atractivo.
Amber Laree, propietaria del lugar, está sentada en una banca de piedra junto a una fuente y frente a ella se ve gran parte de la capital. Primero prefiere dar un recorrido por cada espacio y rincón de la hacienda. Mientras camina recuerda la historia de cómo se concibió este lugar y la idea de abrirlo al público como un hotel y restaurante.
Hace algunos años, no precisados, la familia Freire adquirió la propiedad con la idea de emprender una cantera. Se construyó también una casa que con el tiempo fue centro de reuniones familiares.
Las habitaciones temáticas tienen cojines y ropa de cama hechos por artesanos.
Tras ello surgió la idea de hacer un restaurante especializado en parrilladas; pero Laree, quien ha viajado por varios países y de ellos ha traído consigo un pedazo de historia con sus antigüedades, vio que el sitio tenía más potencial, una gran vista y una atmósfera de completa paz. También, fauna y flora en todos los rincones.
Tras varios intentos y luego de un incendio en el 2007, que afectó a la estructura del hotel, la hacienda Rumiloma se levantó con mingas familiares y materiales locales.
Cuenta con cinco habitaciones que fueron decoradas temáticamente con muestras de arte y antigüedades del país y del mundo. Pero lo que más destaca es el concepto de rescatar y revalorizar lo local.
Toda la edificación tiene ladrillo, adobe y madera, materiales fabricados en la localidad.
Para Laree, hace más de una década, lo autóctono era desprestigiado. Por eso creyó que lo ideal era incluir objetos, tejidos y decoración típica del país para darles otro nivel.
Cubrecamas, telas, cojines, bordados y otros decorativos que son parte del lugar están hechos a mano por artesanos e indígenas de las comunidades aledañas y de la Sierra.
Cada rincón habla por sí solo y eso es parte del encanto del sitio. Hay una mesa que data de hace más de 400 años o un baúl del siglo XIX, que son parte del restaurante y de la recepción.
Las tradicionales pailas de bronce, por ejemplo, se convirtieron en lavabos de los baños. Incluso hay tinas que tienen ese material. Las camas talladas, los armarios o los veladores son distintos en cada habitación y son parte de la colección de antigüedades de la propietaria.